Archivo mensual: septiembre 2015

Los 10 mandamientos de todo amante de los libros

libros1) Día de lluvia y lectura, no hay plan mejor: La gente suele caer en un estado de inmensa tristeza cuando llueve ¿qué se puede hacer en un día tan gris? Las calles están mojadas, apenas hay actividad y el mundo se vuelve lento, el ánimo de todos decae… ¡Menos el tuyo! Porque pocas cosas pueden ser tan reconfortantes como una manta, un libro y un tazón de chocolate.
2) El dinero gastado en libros es una buena inversión: Hay quien lo gasta en salir los fines de semana, en comprar unos buenos auriculares para el móvil o en unos preciosos zapatos. De ahí que en ocasiones, cuando les comentes a alguno de tus familiares o amigos lo que sueles gastar en libros, te miren con una mueca de asombro. ¿Y qué importa? No hay mejor inversión que esa que hacemos regularmente en libros, en sagas… Son monumentos personales en nuestras habitaciones que adoraremos como tótems.
3) Los libros no pesan en el bolso o la maleta: Cada mañana coges el metro o el autobús y no dudas en meter en tu bolso ese enorme libro que ha escrito tu autor favorito, el resto de pasajeros te miran con asombro pero, ¿qué importa? El trayecto se hace mucho más corto y además, puedes escapar del mundanal bullicio ordinario gracias a ese capítulo que tienes a medias.
4) Leerás todo lo que haga tu escritor favorito, y lo defenderás por encima de todas las cosas: Puede que tu autor favorito no haya acertado en sus últimas obras, no obstante, eso no significa que vayas a dejar de leerlo o que oses alzar una crítica en su contra. Sabes que muchos de sus libros te han hecho pasar instantes inolvidables que quedarán para siempre en el arcón de tu memoria, su mente ha creado personajes y escenarios que te han hecho soñar y sentirte libre, e incluso enamorarte. ¿Cómo odiarlo entonces?
5) El mejor olor del mundo: la fragancia de los libros: Los libros huelen a magia, a tiempo contenido destilado en mil sueños, en mil mundos imposibles. Cada página es un universo de palabras que te gusta acariciar y oler… No importa que el libro sea viejo o nuevo, eres un adicto a la lectura y ese olor forma ya parte de ti.
6) Llorarás la muerte de cada personaje: Después de terminar ese libro o ese capítulo, te sorprendes a ti mismo/a con esas lágrimas que no dejan de rodar como piedras por tus mejillas. ¿Qué vas a hacer ahora con tu vida? ¿Cómo vas volver a la vida normal sabiendo que ese personaje ha muerto?
7) Odiarás de por vida a aquel que no te devolvió el libro que le prestaste: A todos nos ha ocurrido. Le prestas ese libro tan querido a un amigo repitiéndole una y otra vez que lo cuide, y que te lo devuelva cuanto antes. Sin embargo, pasan los días, las semanas y los meses… Y el libro ya nunca vuelve a ti. Y ahí… termina para siempre esa amistad.
8) Desconfiarás de la gente que no tiene libros en casa: Visitas la casa de un amigo o un familiar. Miras por todos los lados y no los ves… Te enseñan las habitaciones, la terraza, el salón y todas las paredes están desnudas, las estanterías vacías, las mesillas desoladas… ¡No tienen ni un sólo libro!
9) La película nunca será como el libro: Nadie podrá convencerte, nadie va a ser capaz de decir en voz alta ante ti, que esa película es mucho mejor que el libro. ¡Jamás!
10) Un fin de semana de lectura intensa, no es un fin de semana perdido: ¿Cuántos fines de semana has dicho que “no” a esos amigos porque simplemente, te apetecía más quedarte en casa leyendo ese libro? Pocas personas llegan a entender esta elección a menos que seas un gran amante de los libros, porque en ocasiones, no hay mejor refugio y mayor aventura, que dejar que las horas se sucedan las unas a las otras mientras leemos.
(Tomado de la página de la librería mexicana ‘Braulios’)

Bolivia, Burgos, Bulnes, Bustamante

felipe bulnesBolivia. Que Chile ganó, que Chile perdió. Que la Corte de La Haya le dio la razón a Chile; no, que se la dio a Bolivia. Que Bolivia, antes del fallo de la Corte la semana pasada, no tenía nada, y ahora tiene un paso ganado: la obligación de Chile de ‘negociar’. Que el ministro del interior, Jorge Burgos, dijo que el fallo había sido un fracaso para Chile. Que la presidenta Michelle Bachelet dijo que nada ha perdido Chile con el fallo, y, sobre todo, nada ha ganado Bolivia. Que qué hace Jorge Burgos en ese ministerio. Tercera o cuarta vez que comete un error, el más reciente, cuando apoyó al vocero de gobierno Marcelo Díaz, cuando éste dijo que borrar los computadores en La Moneda era ‘un protocolo’, y después el mismo Díaz dijo que había mentido. ¿Qué hace Burgos en La Moneda? ¿Qué le pasa a la presidenta? Que no puede caminar, que sí puede, que está enferma, que no. Que anoche el agente de Chile, Felipe Bulnes (foto), explicó en el Canal 13: que Chile no está obligada a negociar ‘con resultado específico’. Solo a ‘negociar’. Es decir, que debe negociar con Bolivia, sin que eso tenga implicación sobre los límites entre los dos países. Entonces, ¿para qué negociar?, dirá Bolivia. O dirá cualquiera, en sus cinco sentidos. Yo me siento a negociar sobre ‘algo’ específico, justamente para tener un ‘resultado específico’. Porque me siento a ‘negociar’, no a copuchar. ¿Quién podrá ayudarnos?
Radio. Aristarco está inconforme con lo que ocurre en la radio. En primer lugar, cree mauricio bustamanteque la llegada a Radio Cooperativa de Mauricio Bustamente (foto), nuestra versión chilena de Pedro Picapiedra, solo contamina a la emisora, de todo lo malo que él representa como figura (o figurín) del desprestigiado canal oficial Tvn, un canal de segunda categoría, con pérdidas financiera a junio pasado de $11.000 millones. ¿Qué gana Cooperativa con esa ‘contratación’? No supe responderle. ¿Qué personaje está detrás de Bustamante, que logró esa contratación? Tampoco supe responderle. Aristarco dijo, que en primer lugar, peligraba Paula Molina, junto a quien lo acomodaron en las tardes, porque él sabe serrucharle el piso a otros, como lo hizo con Eduardo Cruz-Johnson en el propio Tvn. ¿En serio? Sí, me dice Aristarco. El mismo Cruz-Johnson lo denunció y ‘Pedro Picapiedra’ Bustamante nunca lo ha desmentido. Es más, me dijo Aristarco: no te extrañes que ‘Pedro Picapiedra’ Bustamente termine reemplazando a Sergio Campos, premio Nacional de Periodismo, en el excelente programa noticioso de la mañana. ¿Será posible? Sí, me dijo Aristarco. Él es experto en serruchar el piso a los demás. Aristarco me dejó igual de pensativo que el triunfo de Chile sobre Bolivia.

‘Manolo habla claro…’ de Rolando Sifuentes

rolando sifuentes¿Que quieres hacerme un reportaje? ¿Soy tan importante como dices? ¿Quizás como una estrella de la farándula…? ¿O qué..? Ah, eso sí, somos gente muy especial y me alegro que tus lectores quieran saber de nosotros. Bueno, acepto; contestaré a tus preguntas, siempre y cuando no sean huevadas. Te diré todo, todito sobre mí y mis amigos, pero eso sí, nada diré sobre mi familia; ellos son lo más sagrado que tengo. Te diré cuan maldito fui en mi vida pasada, pero sobre mi mujer y mi hijo sólo diré lo que yo quiera. Comenzaré diciéndote que mis amigos me llaman Manolo y nada más ¿Que por qué me gusta vivir así? Pues has de saber que somos la escoria humana como algunos dicen de nosotros, y tienen razón, eso somos, escoria ¿No es cierto? Aunque, entiéndelo bien, no es por nuestra culpa: es el proceso. Todo tiene su proceso mi estimado, y en cada proceso hay deshechos, entonces no me preguntes más como llegué a ser lo que soy porque ni yo mismo lo sé. Fui cayendo gradualmente en un pozo sin que yo me diera cuenta, y para que lo sepas, en un momento de mi vida estuve arriba, si ahora me ves en ésta facha no me menosprecies hermanito, soy también hijo de Dios; lo sé porque en un tiempo creí en él y ahora lo dudo ¿Qué eso es contradictorio? A mí que me importa que sea contradictorio, creo en lo que quiero creer no en lo que tú o los demás quieren que crea. Y no pienses que estoy loco, la cabeza es lo que mejor me funciona. Camino miles de cuadras por las calles húmedas en invierno, sofocantes en el verano, pero sé dónde voy; esa es la diferencia entre nosotros y los loquitos, esos que andan por ahí sin rumbo fijo cargando bolsas de basura por la ciudad creyendo que llevan un tesoro. Desde aquí diariamente los veo pasar; van y vienen, cada día más sucios, cada día con más bultos sobre su espalda. Me pregunto, y quiero que tú me ayudes a hallar una respuesta ¿Cómo funciona la mente de estos amigos? ¿Estaré yo así algún día? La respuesta correcta no me viene a la cabeza, sólo sé que tengo que seguir viviendo. A veces me comparo a los muchos perros vagos que transitan por acá buscando hueso. De ellos he aprendido a buscar, buscar sin descanso porque el que busca encuentra. Por conversar contigo estoy dejando de ir a buscar mi sencillito para mis gastos, pero no limosnas, ojo, no limosnas sino propinas. En la esquina de Méjico con Manco Cápac, cuando el semáforo cambia a rojo, aprovecho la oportunidad para limpiarles la luna del parabrisas a los automovilistas que se detienen. Algunos me dan unos cuantos centavitos; otros, desgraciadamente la mayoría, ni siquiera me permiten tocarles su lindo auto porque tienen asco de mí. A esas personas yo les perdono su infraternidad y nunca dejo de darles las gracias y una sonrisa. Sí, una sonrisa, porque aún me acuerdo de sonreír, pero con una sonrisa de felicidad. El día que ya no pueda hacerlo y ría como un idiota, seguramente me encontrarás cargando mis paquetes de basura y seré incapaz de contestarte como ahora. Espero que algún día todos aquellos afortunados de la vida, que pasan por aquí en sus automóviles, mirando con desprecio la mugre que nos rodea, aprendan a compartir fraternalmente los beneficios que les da el sistema. Lo poco que gano no creas que es para comida. No. La comida me la da doña Clota cuando estoy acá en La Victoria. Su negocio está por aquí nomás, yendo por Méjico volteando por Los Diamantes a una cuadra. Allí está la buena Clota, tengo que estar allí a las 2 de la tarde, calculando que ha terminado de vender su menú. Los centavos que gano son para la noche; entre todos hacemos una «chanchita» y compramos una botella de pisco «bamba» o «racumín», según lo que hayamos juntado; por lo general de dos a tres soles. ¡No! No me preguntes por mi amor propio, creo que lo dejé en aquel banco donde trabajé durante cinco años. Desfalqué y mi padre, un empleadito de cuello y corbata, tuvo que afrontar la situación y empeñarse en su trabajo para pagar la deuda y evitar que yo fuera a la cárcel. Allí acabó mi amor propio ¿Quieres saber más? Pues nunca pude volver a mirar de frente a mi padre, y cuando él murió al poco tiempo, perdí por completo la confianza en mí mismo. Si solo hubiera tenido el coraje de pedirle perdón cuando él aún vivía, las cosas hubieran sido diferentes para mí. Luego me hundí en las garras del alcohol. Me quedé sin trabajo, sin padre, ni esposa ni hijo. Solo tuve como compañeras a la botella y a mi madre; pero como no quise causarle dolor a ella, me vine con la botella a vivir en los parques. Aquí solo hago daño a mí mismo. Y basta ya de hablar de mí, hablemos de mis amigos, mis compañeros, sí señor, ellos son como mi familia. Normalmente aquí habemos unos quince «perdidos». Conversamos todas las noches y días enteros, sobre temas alturados, de actualidad como por ejemplo de la política y los políticos que son una mierda. Tratamos de permanecer juntos, pero eso a veces es difícil debido a nuestro natural instinto de libertad. Siempre estamos en la búsqueda de algo, vamos de aquí para allá sin encontrar lo que buscamos. El día que yo encuentre lo que busco ese día abandonaré este parque y estas calles, lo he prometido y no me preguntes que es lo que busco porque aún no lo sé, y cuando lo sepa lo gritaré al mundo. De todos mis compañeros, sólo cinco son mis «patas» del alma. Con ellos formo un clan. Ellos son: Martín, quien proviene de una familia muy adinerada. A veces vienen a buscarlo en lujosos carros pero él no les hace caso. Recibe algo de plata pero no regresa con ellos. En una época su hermano menor se hizo tan amigo nuestro que se quedó con nosotros hasta que su familia lo rescató como a los tres meses; él ya no viene más ni siquiera a ver a su hermano, según parece lo enviaron al extranjero. Sigue Pepe, que es el más inquieto. A veces desaparece semanas enteras pero siempre vuelve; la última ves regresó con la cara abollada por los guardianes de un parque, lo agarraron por la madrugada, durmiendo y le dieron duro para que no volviera a malograr los lindos ambientes de esa jurisdicción. Sigue Nacho, le decimos así porque se parece al famoso actor de la televisión, mi otro pata es el colorao Chemo, de ascendencia yugoeslava, míralo allá está en ese grupito que conversa, aquel de pelo castaño; es muy tranquilo pero últimamente está tomando más de la cuenta. Él es quien más limpio anda entre nosotros porque todas las semanas va a casa de sus padres, se muda la ropa y vuelve muy limpiecito y hasta con plata en el bolsillo; es por eso que él no limpia lunas ni pide nada a nadie como muchos de nosotros. Una vez su madre lo convenció para que regresara a la vida normal pero él solo aguantó un par de semanas con ellos. Nuestro mayor sufrimiento no lo causa el hambre, ni la sed, ni la soledad de la noche con el cielo y las estrellas por techo. Nuestro sufrimiento lo causan las propias autoridades quienes supuestamente deben velar por el bienestar de los ciudadanos. Mírame la cara, mírame bien la nariz. Está rota. Fue el varazo salvaje de un policía que me hizo ahogar en sangre; y aún tengo una costilla sumida que nunca será curada del todo; y tú quieres hablar de nosotros en tu periódico como si fuéramos muy importantes. Di a todos tus lectores que somos gente que, bajo nuestra aparente desgracia, somos felices o al menos dejamos de ser los infelices de antes. Vivimos en nuestro mundo, hecho por nosotros mismos, sin horarios, sin leyes y sin las presiones que tú sufres por ejemplo. Pobre de ti que debes cumplir con los convencionalismos sociales que te oprimen, y tienes que luchar en tu medio como lo hace cualquier animal en la selva por sobrevivir. Estoy por sobre todas esas cosas entiéndelo bien. Escribe que no somos animales, que merecemos el respeto de todos porque somos las víctimas del sistema y nos vengamos así, afeando la ciudad con nuestra presencia. Somos el cáncer de la ciudad. Pero no me quejo, nadie se queja, solo queremos que nos dejen vivir tranquilos. Los parques son nuestros. Me has hecho hablar mucho y empiezo a cansarme. Me he emocionado más de la cuenta, y deberé descansar un rato, pero no te preocupes, estoy acostumbrado a todo. Déjame tranquilo ahora, siento que me falta el aire. Hoy no limpiaré lunas hasta mañana; no me faltará un pucho de cigarro que mis amigos me den al anochecer. Solo te pido una vez más que me comprendas, que seas veraz y no distorsiones mis palabras. Escribe tal como te lo estoy contando, que el mundo comprenda como es nuestra vida en la calle. Y ya es tarde. Ya debe haber comida donde doña Clotita. Debo estar allí antes que me gane el hombre que compra sobras para sus chanchos. Adiós amigo y sé veraz.
Rolando Sifuentes (foto) (Título completo “Manolo habla claro al reportero y no acepta conmiseración alguna”)

‘Nadie lo sabe’ de Sherwood Anderson

sherwood-andersonGeorge Willard se levantó del escritorio que ocupaba en las oficinas del Winesburg Eagle, miró cautelosamente a su alrededor y salió con precipitación por la puerta trasera. La noche era calurosa y el cielo estaba cubierto de nubes; aunque no habían dado las ocho todavía, la callejuela a la que daba la parte trasera de las oficinas del Eagle estaba oscura como la pez. Un tronco de caballos atado por allí a un poste invisible pataleó en el suelo duro y calcinado. De entre los mismos pies de George Willard saltó un gato y echó a correr, perdiéndose entre las tinieblas. El joven estaba nervioso. Durante todo el día había trabajado como si estuviese atontado debido a un golpe. Al pasar por la callejuela temblaba como aterrorizado.
George Willard fue avanzando en la oscuridad por la callejuela, caminando con cuidado y precaución. Las puertas traseras de las tiendas de Winesburgo estaban abiertas y pudo ver a muchas personas sentadas a la luz de las lámparas. En el tienda Myerbaum’s Notion vio a la señora de Willy, el dueño de la taberna, de pie junto al mostrador, con una cesta en el brazo; la atendía un empleado que se llamaba Sid Green. Éste le hablaba con gran interés, inclinaba el cuerpo sobre el mostrador sin dejar de hablar.
George Willard se agazapó y atravesó de un salto el reguero de luz que se proyectaba a través del hueco de la puerta. Echó a correr hacia adelante en medio de las tinieblas. El viejo Jerry Bird, que era el borracho del pueblo, estaba dormido en el suelo detrás de la taberna de Ed Griffith. El fugitivo tropezó con las piernas del borracho que estaba despatarrado. Éste se echó a reír con risa entrecortada.
George Willard se había lanzado a una aventura. No había hecho en todo el día otra cosa que reunir ánimos para lanzarse a esa aventura, y ahora estaba ya metido en ella. Desde las seis había estado sentado en las oficinas del Winesburg Eagle haciendo esfuerzos por concentrar el pensamiento.
No llegó a tomar ninguna resolución. No hizo más que ponerse en pie de un salto, pasar precipitadamente junto a Will Henderson, que se encontraba leyendo pruebas en la imprenta, y echar a correr por la callejuela.
George Willard anduvo calles y calles, evitando encontrarse con la gente que pasaba. Cruzó una y otra vez la carretera. Cuando pasaba por debajo de un farol se echaba el sombrero hacia adelante para taparse la cara. No se atrevía a pensar. Lo dominaba el miedo, pero el miedo que ahora sentía era distinto del de antes. Temía que aquella aventura en que se había metido se estropease, que le faltase el valor y que se volviese atrás.
George Willard encontró a Louise Trunnion en la cocina de la casa de su padre. Estaba lavando los platos a la luz de una lámpara de petróleo. Allí estaba, detrás de la puerta de la pequeña cocina situada en la parte trasera de la casa. George Willard se detuvo junto a una empalizada e hizo un esfuerzo para dominar el temblor de su cuerpo. Ya sólo lo separaba de su aventura un estrecho sembrado de papas. Transcurrieron cinco minutos antes de que recobrase aplomo suficiente para llamarla.
–¡Louise! ¡Eh, Louise! –exclamó. El grito se le pegó a la garganta. Su voz fue sólo un susurro áspero.
Louise Trunnion se acercó, atravesando el sembrado de papas, con el trapo de secar los platos en la mano.
–¿Cómo sabes que voy a salir contigo? –dijo ella refunfuñando–. Muy seguro parece que estás.
George Willard no contestó. Permaneció mudo en la oscuridad, con la empalizada de por medio.
–Sigue adelante; papá está en casa. Yo iré detrás de ti. Espérame junto al pajar de William.
El joven reportero de periódico había recibido una carta de Louise Trunnion. Había llegado aquella misma mañana a las oficinas del Winesburg Eagle. La carta era concisa. “Soy tuya, si tú lo quieres”, decía. Le molestó que allí, en la oscuridad, junto a la empalizada, hubiese afirmado que no había nada entre ellos. “¡Qué caprichosa! En verdad es muy caprichosa”, murmuraba al mismo tiempo que seguía calle adelante, atravesando una hilera de solares sin edificar, sembrados de trigo. El trigo le llegaba hasta los hombros, y estaba sembrado hasta el mismo borde de la acera.
Cuando Louise Trunnion salió por la puerta frontera de su casa llevaba el mismo vestido de percal que tenía cuando estaba lavando los platos. No llevaba sombrero; el muchacho la vio detenerse con la mano en el picaporte de la puerta hablando con alguien que estaba dentro de casa, con el viejo Jake Trunnion, su padre, sin duda alguna. El tío Jake era medio sordo, y la chica le hablaba a gritos.
Se cerró la puerta, y el silencio y la oscuridad reinaron en la pequeña callejuela. George Willard se echó a temblar con más fuerza que nunca.
George y Louise permanecieron en la sombra del pajar de William sin atreverse a decir palabra. Ella no era demasiado hermosa que digamos, y tenía a un lado de la nariz una mancha negra. George pensó que ella se había frotado la nariz con el dedo después de andar con las cacerolas. El joven rompió a reír nerviosamente.
–Hace calor –dijo.
Intentó tocarle con la mano.
“Soy poco decidido –pensó–. Sólo el tocar los pliegues de su vestido de percal debe ser un placer exquisito”. Eso se decía George, pero ella empezó con evasivas.
–Tú crees, ser mejor que yo. No digas lo contrario, lo adivino –dijo acercándose más a él.
George Willard rompió a hablar sin trabas. Se acordó de las miradas que la joven le dirigía a hurtadillas cuando se encontraban en la calle y pensó en la nota que le había escrito. Esto alejó de él toda duda. También lo animaron las cosas que se susurraban en la población acerca de ella Y se convirtió en el macho, audaz y agresivo. En el fondo no sentía por ella simpatía alguna.
–Bueno, vamos, no pasará nada. Nadie lo sabrá. ¿Quién lo va a contar? –insistió.
Fueron caminando por una estrecha acera enladrillada, por entre cuyas grietas crecían grandes yerbajos. Faltaban algunos ladrillos y la acera tenía muchos altibajos. La cogió de la mano, que también era áspera, y le pareció deliciosamente menuda.
–No puedo ir lejos –dijo la joven con voz tranquila y serena.
Cruzaron un puente sobre un minúsculo arroyuelo y atravesaron otro solar sin edificar, sembrado de trigo. Allí acababa la calle. Siguiendo por el sendero paralelo a la carretera, tuvieron que ir uno detrás de otro. Junto a la carretera estaba el fresal de Will Overton, en el que había un montón de tablas.
–Will va a construir un cobertizo donde guardar las canastas para las fresas –dijo George al tiempo que se sentaban sobre las tablas.
***
Eran más de las diez cuando George Willard volvió a la calle principal; había empezado a llover. Anduvo tres veces la calle de un extremo a otro; la farmacia de Sylvester West estaba abierta todavía. Entró y compró un puro. Se alegró al ver que el mozo, Shorty Crandall, salió a la puerta con él. Los dos permanecieron conversando cinco minutos, al abrigo del toldo del edificio. George Willard estaba satisfecho. Sentía un deseo incontenible de hablar con un hombre. Dobló una esquina y marchó hacia la New Willard House silbando muy bajito.
Se paró frente al vallado con cartelones de circo que había al lado del colmado de Winny y, dejando de silbar, permaneció inmóvil en la oscuridad, con el oído atento, como si escuchase una voz que lo llamaba por su nombre. Luego volvió a reírse nerviosamente.
–No tendrá forma de presionarme. Nadie lo sabe –murmuró con un arranque enérgico; y siguió su camino.
Sherwood Anderson (foto)

Guilisasti sin rubor; Cariola y altos sueldos

Rafael GuilisastiGuilisasti. Sin rubor alguno, estos señores saltan de un puesto a otro, público y/o privado, como quien se cambia de ropa interior. Rafael Guilisasti (foto), de la presidencia de la privada Confederación de la Producción y del Comercio (CPC), pasó al directorio de la estatal Corporación de Fomento de la Producción (Corfo), y de aquí, de un día al otro, a la presidencia de las sociedades privadas Norte Grande, Oro Blanco y Pampa Calichera, que forman parte del entramado creado por el ex yerno del dictador Augusto Pinochet, Julio Ponce Lerou, conocido como ‘Cascada’ y que es controlado por la privada empresa SQM, envuelta en un escándalo de financiación ilegal de políticos. Lo hizo como si fuera lo más normal del mundo, cuando en realidad actuaba en Corfo en calidad de entidad reclamante contra Salar de Atacama, que controla SQM, y ahora es presidente de tres empresas de SQM. Ahora está en el ‘bando contrario’, defendiendo los intereses de una empresa que unos días antes estuvo bajo los señalamientos de Corfo.
¿Y esta vuelta de carnero? Un entendido reflexiona de esta manera: “Pasar de ser uno de los que firmó la demanda de la Corfo en contra de SQM a ser presidente de las ‘cascadas’ que controlan SQM, es demasiado. Qué pensaba antes y qué piensa ahora: ¿hay que quitarle el Salar de Atacama a SQM o no? Porque el interés de Norte Grande, Oro Blanco y Calichera es que fracase la demanda de la Corfo”.
Y ¿aparentemente, no pasa nada? ¿Es tanto el cinismo al que se ha llegado?
No sería de extrañar que Rafael Guilisasti adujera, como los mediocres y oportunistas Jacqueline van Rysselberghe, Consuelo Saavedra o Jorge Pizarro, que ‘no está haciendo nada contra la ley’. Aunque censurable, sería comprensible, porque estas personas no tienen principios éticos ni morales.
Sueldos. Un ahorro fiscal de 17.700 millones de pesos (¡!) proponen algunos Karol Cariolaparlamentarios, en una medida inédita en la vida republicana de Chile: bajar a la mitad el sueldo de altos cargos del Estado y de los parlamentarios. Y congelarlos, en el caso de los parlamentarios, y no aumentarlos en el caso de los altos cargos. Las cifras quedarían así: sueldo del presidente de la República, 5 millones de pesos; sueldo de los ministros, senadores y diputados, 4 millones 500 mil pesos, y sueldo de subsecretarios 4 millones de pesos. El ahorro fiscal será de tal magnitud que no importa si hay un aumento de parlamentarios como consecuencia de la aplicación del nuevo sistema electoral. Impulsan la iniciativa Karol Cariola (foto) y Camila Vallejo (del Partido Comunista), Giorgio Jackson (independiente), Daniel Melo (del Partido Socialista) y Vlado Mirosevic (independiente) Se les aplaude la propuesta y ojalá se haga realidad.

Eduardo Bonvallet y Mario Kreutzberger

eduardo bonvalletEl Gurú. Hoy quiero rendir homenaje a dos personajes que marcaron la vida nacional chilena. El primero de ellos se llama Eduardo Bonvallet (foto) y murió el Día Patrio: 18 de septiembre pasado. Un exfutbolista que lo había hecho bien, metido de comentarista. Sus opiniones descarnadas, casi siempre justificadas, le merecieron amistades y enemistades. Criticó el rendimiento de la Selección Nacional de Fútbol y el comportamiento de varios de sus jugadores. Se hizo llamar ‘El Gurú’ porque con su lengua filosa acertaba muchas veces sobre resultados o beneficios. A mí me pareció siempre un hombre sincero, sin dobleces, casi infantil en la manera de abordar las situaciones y encarar a quienes criticaba, sin medir las consecuencias. Un hombre honesto, generoso, que hizo del fútbol un ejercicio mental, una ecuación. Quizás no pudo concretar en la realidad, en su condición de entrenador de fútbol, lo que sabiamente planteaba frente a una pizarra, sobre la que era un invencible estratega. El Gurú fue encontrado muerto en la mañana del 18 de septiembre del 2015, ahorcado con su cinturón. “¡Maldita depresión!”, exclamó su hija. Porque Bonvallet padecía esa enfermedad que puede ser inmovilizante, llamada depresión, que es definida en estos términos: “Enfermedad o trastorno mental que se caracteriza por una profunda tristeza, decaimiento anímico, baja autoestima, pérdida de interés por todo y disminución de las funciones psíquicas”. Paz en la tumba del querido Gurú.
Don Francisco. A los 75 años Mario Kreutzberger se despidió mario kreutzberger2del programa de televisión más longevo del planeta: Sábados Gigantes, que llevaba 53 años al aire. Don Francisco era la parte emotiva, chispeante y locuaz de Mario Kreutzberger, un hombre parco, casi taciturno. El recuerdo de todo el mundo se queda con Don Francisco, obviamente, el que llegó a los hogares de millones de televidentes a lo largo de Latinoamérica, y a la población hispana de los Estados Unidos. Contaba Don Francisco que empezó a los 27 años en Canal 13 de Chile, en el que pocos creían en él. Pero la tozudez hizo que ‘pegara’, y casi a punto de cumplir los 50 años de edad decidió explorar otros horizontes y así llegó a Univisión, en los Estados Unidos. Lo cierto es que su programa entretenía los días sábados, casi toda la tarde hasta cuando empezaba a caer la noche. Muchos cantantes se hicieron ahí, muchos cómicos, muchas modelos, muchos comediantes. Dicen que fue un hombre de corazón abierto, aunque hay quienes lo tildan de egocéntrico, avaro y explotador. Es la condición de los personajes expuestos al escrutinio público. ‘Hasta siempre’, dijo Mario Kreutzberger al finalizar su último capítulo como Don Francisco.

‘Un artista’ de Manuel Mujica Lainez

Manuel_Mujica_LainezEn la ‘Hostería de la Manzana de Adán’ tenían sus cuarteles unos cuantos literatos y desocupados que solían ir a filosofar frente a su bien abastecida chimenea. Era un viejo mesón cuyas paredes morunas, blanqueadas con cal, brillaban a la luz de la luna.
Allí, entre el humo de las pipas y el chocar de los vasos, los bohemios hacían derroche de espíritu y buen humor. Una vez, por mera curiosidad, visité dicho establecimiento.
El interior constaba de una sala en la que cabrían hasta veinte mesas. A la luz vaga de los candelabros, advertíanse apenas los rostros de los jubilosos escritores; pero sonoras carcajadas delataban su presencia. Recuerdo que llamó mi atención un hombre que, con aristocrático desdén, no parecía querer unirse a los demás.
La luz vacilante de un cirio le daba de lleno en el rostro, en el que ponía largas pinceladas de oro. Era alto y fino. Evocaba los lienzos borrosos de Holbein y de los maestros flamencos.
Los lacios cabellos y la barba rubia prestábanle cierto parecido con San Juan Evangelista. Pero lo que más me impresionó fueron sus ojos, maravillosamente puros y azules, llenos de dulzura. Estaba de pie, apoyado contra el dintel de una puerta, y fumaba lentamente en una larga pipa de porcelana alemana. Ignoro de qué modo trabé relación con él. Como por artes mágicas me vi sentado frente a él, ante una mesa en que brillaban dos gruesos vasos de cerveza.
Fijeme, entonces, en su raído traje y en la corbata romántica, anudada con despreocupación, y pensé: un poeta. Era un pintor. Así me lo dijo mientras que, en el desvencijado pianillo, una mujer de grandes ojos rasgados comenzó a tocar un nocturno de Chopin.
Apagáronse los profanos murmullos. Suavemente, con voz musical que parecía seguir el ritmo doloroso del Nocturno, mi pintor habló. Pertenecía a la escuela de los artistas que quieren revivir en sus telas el arte muerto de Bizancio. Con los ojos cerrados, acariciándose la barba, narró el fasto de las opulentas ciudades de Teodora.
Fue un verdadero friso, un bajorrelieve, el que puso ante mis ojos deslumbrados.
Y había en él patriarcas severos, emperadores indolentes y cortesanas suntuosas, envueltos todos en el fulgor extraño de las joyas. Los inmensos palacios de mármol y mosaicos se levantaban, piedra a piedra, en mi imaginación. Veía el brillo de las tierras y el de los pesados anillos en las manos imperiales. Athenais… Irene… Las cúpulas de las basílicas se erigían como metálicos yelmos sarracenos.
Hechizado, lo escuchaba yo. Este hombre era un artista. Un verdadero artista. Hablaba de su arte, de sus ideales, con religioso fervor, como puede un sacerdote hablar de su culto.
Luego, sin transición, fija la mirada en un punto inaccesible, el desconocido me contó su vida, azarosa y miserable. A pesar de su profundo conocimiento de la historia antigua y de sus notables estudios bizantinos, el triunfo no había coronado sus esfuerzos.
Ahora, indiferente, vivía su vida interior sin preocuparse de lo que lo rodeaba. Tenía una gran indulgencia para con todos y su única defensa contra las adversidades y el hastío era encogerse de hombros.
–Ahí tiene usted a esos pobres muchachos –me dijo, señalando un grupo de jóvenes melenudos–. No hay ni uno de ellos que valga y, sin embargo, véalos usted felices, alegres, llamándose «maestro» mutuamente… A veces, vienen y me leen sus versos.
En sus sienes las venas azules y bien marcadas se hinchaban. Yo miraba sus manos de marfil viejo que, exhaustas, descansaban sobre la mesa. Temblaron un poco sus labios finos y sonrió con amargura.
En ese instante, el San Juan Evangelista se borró por completo de mi mente. Me parecía mi interlocutor un soberano oriental, un sátrapa persa, despreocupado y lánguido, como esos cuyo perfil voluptuoso se esfuma suavemente en las viejas monedas de oro del Asia Menor.
Se levantó y me dio la mano. Partía. Díjome que se llamaba Diego Narbona y vivía allí cerca. Quedé solo en mi mesa. Allá lejos, la chimenea murmuraba su triste cantar.
El humo era tan espeso que parecía envolvernos una densa niebla. Del grupo de los jóvenes melenudos uno recitaba… Mon âme est une Infante en robe de parade. Yo pensaba en mi pintor. Veíalo revistiendo el manto imperial de Justiniano, y elevando, con las manos cargadas de anillos, una pesada diadema. Una mujer hermosísima, hincada ante él, aguardaba el instante solemne de la coronación. Y esa mujer era la Belleza.
Aux pieds de son fautiel allongés noblement, deux lévriers d’Ecosse aux yeux mélancoliques…
Alguien, con el pie, marcaba el fin de cada verso. Detrás del mostrador, la hostelera miraba con admiración a sus parroquianos. A veces sonreía, mostrando un diente negro.
Encima de una mesa descansaba un grueso Diccionario Enciclopédico, y un muchachito pecoso lo hojeaba lentamente, leyendo por lo bajo: «Asur… Asur… Asurbanipal…» Despertándome bruscamente de un sueño recién comenzado, la puerta de entrada se abrió de par en par, y una mujer joven y bonita entró, llorando desesperadamente.
Su brazo sangraba.
–¿Otra vez aquí? –gruñó la mesonera de malhumor.
El más joven de los poetas se acercó a ella.
–¿Te ha pegado de nuevo? –dijo.
–Sí… Porque dejé que se quemara la tortilla…
Yo me aproximé. Parecíame imposible que un hombre pudiera maltratar a una mujer tan frágil… ¡Ah! Si mi amigo el pintor estuviera aquí, ¡cómo sabría consolarla! ¡Con qué suaves inflexiones de voz calmaría…! Compasivo, me acerqué más aún.
Ideas vengativas cruzaron por mi cerebro al verla tan bella, tan débil.
–¿Cómo se llama su marido? –rugí.
Ella levantó hacía mí sus ojos claros y azules que me recordaban otros dos ojos claros y azules, llenos de dulzura y pureza:
–Diego Narbona –me dijo…
Manuel Mujica Laínez (foto)

‘Oficio de contar’ de Antonio Muñoz Molina

antonio muñoz molinaContar historias y escucharlas no es un lujo intelectual al que se entreguen unas cuantas personas con poco sentido práctico: es una fatalidad genética de la especie. Desde que empieza a tener un cierto dominio del idioma un niño no para de preguntar y de inventar y de exigir que le cuenten y de marearle la cabeza con relatos a quien ande cerca. Queremos algunas veces que nos digan la verdad y otras que nos mientan, y con el mismo empeño miramos a alguien a los ojos y le contamos lo que hemos guardado en secreto durante mucho tiempo, y también miramos con fijeza o apartamos ligeramente la mirada para improvisar una mentira. Contamos con palabras y contamos por señas cuando las palabras nos faltan o cuando creemos que ocultamos algo y nuestros gestos o nuestra entonación nos traicionan. Miramos por casualidad una película o una serie de televisión y aunque no tengamos ningún interés si tardamos unos segundos más en pulsar el mando a distancia ya nos quedamos atrapados por una historia, no porque sea buena o mala, sino porque es una historia, porque nos propone una intriga y nos tienta con el cebo infalible de una solución. Contamos en voz alta y contamos por escrito, y algunos cuentan dibujando imágenes o tomando fotos o haciendo películas, o más primitivamente aún, más despojadamente, arañando un nombre en un tronco de un árbol, en el muro de un templo egipcio, en la pared de una celda, imprimiendo una mano abierta en la arcilla húmeda de una cueva paleolítica o en una de esas losas de cemento de las que están hechas las aceras de Nueva York.
Para que no quedara constancia escrita de los poemas que podían mandarlo a prisión Osip Mandelstam los componía enteros en su cabeza y se los recitaba a su mujer para que ella los aprendiera de memoria. La métrica y la rima facilitan una escritura solo mental. Cuando se iba quedando ciego Borges compuso poemas mucho más medidos y rimados que los de su juventud. En vez de aquellas hojas rayadas de cuaderno escolar en las que escribía con una letra de una pequeñez inverosímil, con una pulcritud de ejercicio caligráfico y de miniatura, Borges ensayaba versos en voz alta y medía las sílabas golpeando suavemente con las yemas de sus dedos blancos de ciego. A Emil Nolde, que se sentía tan cercano a los nazis y sin embargo fue incluido por ellos en la etiqueta infamante del arte degenerado, le prohibieron exponer, y también comprar lienzos, pinceles y óleos: lo que hizo fue pintar acuarelas en láminas de cartulina del tamaño de postales, y la pobreza de medios y la limitación del espacio agregaron una fuerza más concentrada a sus visiones sombrías de horizontes marinos y playas abandonadas. Matisse hizo sus prodigiosos collages cuando la penuria de los años de la ocupación lo dejó sin otros materiales.
Estamos tan hechos para contar historias que en cuanto nos dormimos lo primero que hacemos es empezar a segregarlas. El yo no es una figura sólida y estable sino un relato en marcha que la mente está contándose siempre a sí misma, una tentativa permanente por otorgar coherencia y continuidad al laberinto simultáneo de las operaciones cerebrales y a la multiplicación alucinante de los estímulos de los sentidos. El juego infantil del cuéntame un cuento recuento que nunca se acabe con pan y pimiento es la traslación poética y rítmica de esa narración incesante. En un solo vagón de metro, entre las conversaciones de la gente y las divagaciones de los solitarios de mirada perdida y las historias de los que se sumergen en un libro, hay más novelas posibles que en toda una biblioteca.
Los sordos hablan tumultuosamente con las manos. Las historias que no les llegan por los ojos los ciegos las urden con el tacto, el olfato, el oído. El que ha perdido el uso del habla por un accidente o un ataque lo recupera poco a poco, palabra por palabra, como el que aprende a caminar de nuevo, con el mismo empeño sin desánimo.
No callamos ni debajo del agua. No callaríamos ni bajo la tierra. Al cineasta iraní Jafar Panahi lo condenaron en 2009 a seis años de cárcel, a no dirigir películas y a no salir del país durante veinte años. Con la condena en suspenso lo forzaron a quedarse encerrado en su casa, con la amenaza constante de volver a prisión. Cuando lo condenaron, Panahi acababa de someter a la censura un guión sobre la vida de una chica que quiere ir a la universidad a estudiar arte, pero a la que sus padres encierran porque son muy religiosos y les ofenden esas aspiraciones. El permiso de rodaje fue negado. Jafar Panahi no iba a hacer esa película ni ninguna otra. Tenía prohibido salir de su casa. Tenía que quedarse aguardando las noticias probablemente fatídicas que le traerían los abogados.
Entonces decidió hacer una película sobre su mismo encierro, sobre la mordaza que le impedía salir de casa y del país y hacer películas. Sobre la mesa del desayuno puso una cámara digital. Se filmó a sí mismo desayunando y mirando por el balcón hacia la calle que no podía pisar y hablando por teléfono con la abogada que lo mantenía al tanto de sus negras perspectivas penales. Vino a verlo otro amigo cineasta, Mojtaba Mirtahmasb, y le pidió que fuera él quien manejara la cámara. También filmó con la cámara de su iPhone. Filmó a una iguana que anda por su casa con lentitudes de criatura prehistórica y al portero que llama a la puerta para recoger la basura, y a una vecina que quiere dejarle un rato su perro mientras ella sale. Como no podía hacer su película leyó el guion delante de la cámara, se lo contó a su amigo, puso cintas adhesivas en el salón de su casa para delimitar los espacios de las habitaciones en las que vivía encerrada la protagonista de su historia. Describe lo que se vería en cada uno de los planos que no puede rodar: una ventana que da a un callejón, una mujer anciana que se acerca caminando despacio, un hombre joven que la ayuda y que parece que está enamorado de la chica encerrada, pero que tal vez es un agente de la policía secreta… En un momento dado el cineasta deja caer el guion sobre sus rodillas y hace un gesto de capitulación. Entre decir una película y hacerla hay un abismo irreparable.
En las ventanas va atardeciendo, anochece. El amigo se va y la cámara que manejaba queda en marcha sobre la mesa de la cocina. De la calle vienen los ruidos del tráfico y los de los fuegos artificiales de una fiesta de fin de año. Lo que estamos viendo se titula Esto no es una película: no es una broma intelectual, sino un hecho. La última imagen es la calle a oscuras que el cineasta no puede atreverse a pisar. No hay música, casi no hay créditos. El material filmado salió de contrabando de Irán. Proscrito, encerrado, silenciado, de un modo o de otro Jafar Panahi seguirá dedicado al oficio y al vicio de contar.
Antonio Muñoz Molina (foto)

‘Me vuelvo loca de nuevo’: Virginia Wolf

virginia-woolfVirginia Woolf (foto) fue novelista, ensayista, editora, feminista y cuentista británica. Destacada figura del modernismo literario del siglo XX. Hizo parte del Grupo de Bloomsbury, que era un círculo de intelectuales literarios, artísticos y sociales. Tomó ese nombre por el barrio donde vivían, cerca del Museo Británico. Se reunían en casa de Virginia Woolf y su hermana Vanessa, casada con el crítico de arte Clive Bell. Casi todos sus integrantes publicaron en la editorial ‘Hogarth Press’, que crearon Virginia y su esposo Leonard Woolf.
En el grupo profesaban una ideología liberal y humanista, y se consideraban una élite intelectual ilustrada. Habían estudiado en Trinity College, de Cambridge, y en el King’s College, de Londres. Admiraban a los pintores Paul Gauguin, Vincent Van Gogh y Paul Cézanne.
Formaron parte del Grupo de Bloomsbury, los filósofos Bertrand Russel y Ludwig Wittgenstein, los críticos de arte Roger Fry y Clive Bell, el economista John Maynard Keynes, el escritor Geradl Brenan, los pintores Dora Carrington, Vanessa Bell y Dincan Grant; la escritora Katherine Mansfield, el ensayista Edward Morgan Goster, él crítico literario Desmond MacCarthy, el sinólogo Arthur Waley, el biógrafo Lytton Strachey, el esposo de Virginia, Leonard, y ella.
Su trastorno bipolar se agudizó con una enorme depresión por la concurrencia de hechos como la Segunda Guerra Mundial, la destrucción de su casa y el rechazo del público a su reciente libro biográfico. El 28 de marzo de 1941 Virginia Woolf se suicidó.
Se puso un abrigo que llenó de piedras sus bolsillos y se lanzó al río Ouse. Su cuerpo fue encontrado el 18 de abril. Su esposo Leonard enterró sus restos incinerados bajo un árbol en Rodmell, Sussex.
Esta es la última nota que escribió Virginia. La hizo para su marido:
“Cariño,
Estoy segura de que me vuelvo loca de nuevo. Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas. Esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Verás que ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte que… todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. No me queda nada excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo.
No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros.
V”.
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Errázuriz y Ezzati, la infamia de la alta curia

Francisco_Javier_Errázuriz_OssaDoy por cierto que los lectores están enterados de un cruce de correros electrónicos entre dos altas autoridades del Vaticano en Chile: el cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa (foto) y el arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati. Estos altos jerarcas del Vaticano fueron denunciados por parte de las víctimas de abusos sexuales perpetrados por el cura Fernando Karadima, como encubridores.
¡Francisco Javier Errázuriz y Ricardo Ezzati sabían de los abusos sexuales a menores de edad que cometía Fernando Karadima y no hicieron nada! O, mejor, sí hicieron: trataron de acallar a las víctimas, trataron de desacreditarlas, trataron de desaparecerlas para dejar indemne al pedófilo.
¡Francisco Javier Errázuriz y Ricardo Ezzati son encubridores de pedofilia!
Pues bien, los email entre estos dos jerarcas del Vaticano, que más parecen revelaciones de infamia de la alta curia, se referían a impedir que Juan Carlos Cruz, una de las víctimas de abuso sexual cometido por Fernando Karadima, hiciera parte de un comité del Vaticano para estudiar, justamente, abusos de pedofilia y otras porquerías que ocurren bajo las enaguas del sacerdocio podrido.
El otro tema de la infamia era impedir que el sacerdote Felipe Berrios, Ricardo Ezzatireconocido Jesucristo en tierra chilena, fuera el capellán de La Moneda.
¿Dos altos “dignatarios” de la curia, como Francisco Javier Errázuriz y Ricardo Ezzati (foto), en cahuines de mala leche? ¡Sí! Eso es lo que hacen todo el día estas víboras del Vaticano, en lugar de cuidar su “rebaño” y enmendar el camino de las almas descarriadas…
Salieron a quejarse el par de viejas cahuineras de que les fue violada su correspondencia electrónica.
O sea, ¿nada importa el crimen, sino que se descubra?
Comparto ciento por ciento lo dicho por el columnista Carlos Peña sobre este punto: “lo que los medios de comunicación han hecho es difundir una información que juzgaron correctamente, además, ser de interés público. Y ocurre que los medios no tienen el deber de ser discretos con la información de interés público que reciben.
«En cuestiones de interés público el deber de los medios es ser indiscretos.
«La discreción es un deber de quien tiene obligaciones de confidencialidad, no de quien tiene el deber de informar en asuntos que atingen a todos. Esperar que los medios no sean indiscretos, es tan absurdo como esperar que un cirujano de vocación (Freud dixit) no tenga algo de sádico.
«¿O es que acaso en democracia se puede jugar con las cartas marcadas y al mismo tiempo enojarse porque la argucia se revele?”
Por último, ¿tiene un ser humano de las dudosas calidades humanas como Ricardo Ezzati, el valor ético para conducir un Te Deum, que es una liturgia de acción de gracias a Dios? Yo creo que no. El te deum ha de ocurrir el próximo viernes, como está programado.
Por cierto: ¿Cómo un italiano como el señor Ezzati tiene tanto poder en Chile?