En la semblanza de Neruda (foto), mucho antes de que fuera Premio Nobel de Literatura, que obtuvo en 1971, José Santos González Vera dedica un capítulo al poeta, que titula “Neruda y su banda”, el cual comencé a presentar en el post (entrada) anterior. Lo interesante del conocimiento que uno puede adquirir de personalidades cimeras, como la del poeta de Parral, es que va más allá del mote. Así como pudo percibirse en los párrafos sobre Gabriela Mistral a la mujer doméstica, más allá de su insistente persecución lésbica, en estos sobre Pablo Neruda descubre uno al hombre que vive su vida más allá de su endilgada filiación comunista.
Vamos, pues, a lo que vinimos, con González Vera. Habíamos quedado en que “construyó su seudónimo con el nombre de Paul Verlaine y el apellido de Jan Neruda”. Entonces continúa el autor de ‘Aprendiz de hombre’:
“Veinte poema de amor y una canción desesperada, su obra siguiente, fue leída por mancebos, doncellas, casadas, viudas, engañadas, novias, monjas, románticas, escépticas, solteronas; fue leído en los trenes, en los jardines escolares, en los hoteles, en barcos, en casas y casonas y, sobre todo, en los parques solitarios, que tan extraordinaria vida cobran al atardecer. En vez de sus vulgaridades propias, los jóvenes o los falsos jóvenes dijeron a sus amadas versos de Neruda y todo fue providencial. Elevaron sus corazones a la atmósfera espiritual de la poesía y, al volver a lo cotidiano, encontraron una realidad pródiga.
“Muchachos y muchachas aprendíanse cada poema y los recordaban a cada hora, al amanecer, al mediodía, al caer la noche, doquiera hubiese silencio. Eran versos como llaves: ‘A nadie te pareces desde que yo te amo’”
Se refiere al poema 14. El libro de poemas de Neruda se volvió, pues, un fenómeno inmediato, un best seller diríamos ahora (un superventas), que volaba de mano en mano y sus textos se repetían de boca en boca.
“A sus musas habituales”, anotó Santos González, “debió Neruda mezclar las corpóreas, que no escasearon. Leían sus versos y, en seguida, querían un recuerdo suyo. Una noche en que fui a buscarle a su pieza, mientras caminábamos hacia el corazón de la ciudad, Pablo Neruda se me separaba unos pasos, daba con sus nudillos en el cristal de la ventana y esta se entreabría mágicamente y dejábase oír un susurro. Luego se me reunía. Dos veces en el trayecto se apartó a probar suerte y el milagro se repetía.
“Vino de Temuco para hacerse profesor de francés. Como pudo resistió tres años estudiando, pero la necesidad de acelerar las experiencias que los demás acumulan lentamente, los estímulos reiterados que llegaban a él de mil partes y las voces de su gran destino, alejáronle de la pedagogía.
“Neruda solo oía a los extraños; mas, si paseaba con un amigo, hablaba separando bastante las palabras. Era sensible al humor y hasta se entusiasmaba cuando una reunión se convertía en fiesta. Sin embargo, primaba en él un sentido serio de la vida. Dije que era anarquista o algo semejante. Sus preocupaciones las expresaba en frases breves, un tanto sentenciosas, a la manera del campo. Asombraba al tomar partido violentamente por lo peregrino y lo inusitado”.
Una descripción de su carácter, la percepción que de Neruda se podía tener. Y de sus lecturas y amistades, José Santos González Vera nos dice, en la página 177 de ‘Aprendiz de hombre’, edición de Empresa Editora Zig-Zag S.A., Santiago de Chile, 1960: “Le gustó, sobremanera, ‘Sachka Yegulev’, de Leonidas Andreiev, que comienza así: “…Cuando sufre el alma de un gran pueblo, toda la vida está perturbada, los espíritus vivos se agitan y los que tienen un noble corazón inmaculado van al sacrificio”. Publicó prosas en ‘Claridad’ firmadas con el nombre del héroe.
“Alguien empezó a denominar a los jóvenes que le acompañaban “la Banda de Neruda”. Al oscurecer veíasele seguido de ocho o más parciales de sombrero alón y capa. Caminaban hacia el río y se metían en el bar Teutonia. Solo ahí se escanciaba el buen vino de Verlaine.
“Uno de sus acompañantes era Tomás Lago, de aspecto fuerte, sonrosado, con aire hostil. A través de los años ha mantenido esa apariencia. De más cerca descúbrense en él delicadeza, desenfado, pudor e inconformismo. Desertó de la universidad por la aventura literaria. Hizo en colaboración con Neruda un libro: “Anillos”. Y después buena prosa narrativa”.
Lom Ediciones editó “Anillos” en 1997, reseñando: “Esta edición de Lom rescata un «diálogo político», publicado originalmente en 1926, entre dos jóvenes que coinciden ante la profundidad de su propia percepción y el alto vuelo de su palabra”. Lom también puso en circulación, en 1999, el texto “Ojos y oídos” de Tomás Lago, sobre el cual afirma: “Este libro recompone –a través de esas notas– parte de la vida de Neruda, desde lo visto y oído para alguien que deambula como testigo, pero que sobretodo, acompaña desde una profunda amistad al poeta”.
Retomemos ‘Aprendiz de hombre’, donde González Vera añade: “Alberto Rojas Jiménez fue el amigo predilecto de Pablo Neruda. Era muchacho de hermoso rostro, simpático desde el primer momento, muy natural, con un dejo poético y una inquietud que le inducía a cambiar de empleos y lugares. Estuvo de funcionario en el Ministerio de Educación, empleóse en una librería, trabajó en el mineral de El Teniente, buscó avisos, viajó, dejó pasar el tiempo de cualquier manera.
“Con atributos para ser alguien, por despego vivió sin plan, sin deseo persistente de cosa alguna. Como no estuvo sujeto a citas, compromisos o proyectos, hizo de sus horas lo más placentero. Dejó poemas sueltos, cartas y un pequeño libro: “Chilenos en París”, revelador de sensibilidad y don literario.
“Influyó, posiblemente, en la caligrafía de Neruda. Hay semejanza en la letra de uno y otro. Los unió una profunda simpatía, acaso por lo distintos que eran.
“Hacía Rojas Jiménez ciertas cosas como jugando. Entraba a la tienda de un peninsular, que jamás gastó un diez en propaganda, ara solicitarle una página. El español negábase. Rojas Jiménez insistía con su voz melodiosa. El peninsular, ceñudo, expulsábale. Alberto Rojas Jiménez se mantenía inflexible. El tendero echaba mano a la vara. Entonces Rojas Jiménez retrocedía despacio, sonriendo, y le advertía que volvería cuando lo notara tranquilo. Al asomarse nuevamente, el godo se mostraba amenazador. A la semana, Alberto Rojas Jiménez había conseguido desmoralizarlo y obtenía el aviso.
“Murió por la brutalidad de un mesonero al que no pudo pagar su consumo. Este le obligó a dejar su vestón en prenda. Rojas Jiménez salió al aire, avanzada la noche, en lo más crudo del invierno y le atacó una neumonía de la cual murió rápidamente.
“Pablo Neruda le dio lo que él no quiso concederse: el derecho a perdurar. El poema que escribiera en Madrid (‘Alberto Rojas Jiménez viene volando’) es, fuera de los ‘Sonetos a la muerte’ de Gabriela Mistral, la obra más patética de nuestra poesía.
“Rojas Jiménez fue, entre los poetas jóvenes, el introductor del sombrero alón y de la capa. Los demás solo usaban sombrero, tal vez por el subido costo de la capa. Luego se mostró Neruda con su capita de ferroviario, obsequio de su padre. Recuerdo haberle visto caminar con un amigo, en un día invernal. Después de andar buen rato, Neruda se despojó de ella y la puso en los hombros de su acompañante. Quería hacerle sentir su encendido aprecio.
“Pablo Neruda atraía como compañero. Superó a los reyes que tienen corte, porque pueden dar, en que la tuvo solo por el encanto de su personalidad.
“Al interrumpir sus estudios, fue y dejó de ser empleado de la Administración; consiguió un mísero consulado en una posesión holandesa. Viajó por el Oriente, que lo transformó y lo castigó con su húmedo clima. De vuelta traía los originales de “Residencia en la Tierra”, obra que lo aleja de su tono amatorio y romántico, en que las palabras saben a fluidos y son otros sus pensamientos, aunque parezca en estos versos más objetivo. El poeta desatiende un tanto lo que le atañe como individuo y aspira las emanaciones terrestres, capta los elementos, adivina lo oculto, creando un como panteísmo, no sin tormento en la visión, con énfasis insistente en lo germinal, en lo que escapa al ojo físico del hombre.
“Más que la facultad de comprender, tales poema hablan a la sensibilidad; se les siente, como ocurre con el pensamiento musical. Residencia en la tierra ha pesado tremendamente en la poesía joven americana. Raros han sido los jóvenes que no buscaran sus materiales en tan promisoria mina. Con este libro nació el término “nerudiano” que se aplica a sus imitadores. A veces un poeta abre un libro de otro poeta imberbe, lo hojea y exclama: –“¡Es nerudismo puro!”