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Cubana Reina Rodríguez gana el ‘Pablo Neruda’

Reina maría rodríguezEl alternativo grupo Paidea, La Azotea de Reina, en su casa de la calle Ánimas, y luego su Torre de Letras, en el Palacio del Segundo Cabo, en La Habana Vieja, hasta su última y molesta mudanza para la azotea del Instituto del Libro, han sido, cada uno en su momento, el único, solitario lugar de resistencia contra la mediocridad, la incultura, la estulticia intelectual (y de la otra), de los años 70, 80; un espacio de esperanza y redención, en los 90, y así sigue en la primera década del siglo XXI, escuchando, apoyando, velando porque se publiquen libros valiosos, tanto de autores nacionales como extranjeros, en su original colección de 150 ejemplares cosidos a mano, según el método japonés kangxi.

En esos términos reseñó Azucena Plasencia el otorgamiento en Cuba del Premio Nacional de Literatura 2013, a Reina María Rodríguez (foto), quien ayer ganó, en Santiago, el Premio Iberoamericano de Poesía ‘Pablo Neruda’. Dijo Azucena Plasencia: “Celebremos la aventura de escribir con verdad, la exploración ética que involucra, íntegramente al autor y se da con plenitud en la obra de Reina María Rodríguez: afirmación de una individualidad, de un proyecto, de un horizonte intelectual y de comportamiento dictado por el tejer cotidiano de actos y juicios, de discusiones y asunciones, de resignación y coraje”.

Entre tanto, acá en Santiago, el jurado integrado por José Kozer (Cuba, anterior ganador del premio, en el 2013), Graciela Aráoz (Argentina), Pablo Brodsky (Chile), Julio Ortega (Perú) y Malú Urriola (Chile), fueron unánimes en premiar a Reina María, de 61 años, quien dijo telefónicamente que «toda la vida he sido lectora de Neruda, y le dedico este premio a todos los escritores de mi generación que han tenido que salir de Cuba».

La dotación del Premio Pablo Neruda es de 60 mil dólares (unos $33.769.140 chilenos). Han ganado este premio: el mexicano José Emilio Pacheco (2004), el argentino Juan Gelman (2005), la cubana Fina García-Marruz (2007), la chilena Carmen Berenguer (2008), el nicaragüense Ernesto Cardenal (2009), el peruano Antonio Cisneros (2010), los chilenos Oscar Hahn (2011) y Nicanor Parra (2012), y el ganador del 2013 fue el cubano José Kózer. Aquí un par de poemas de Reina María Rodríguez:

Una silla en lo alto      una mujer se ha sentado en tu silla turca / sin desnudarse / tan sólo allí / cuando sueñas cuando vuelves / de las complicaciones. / una mujer está hecha de esa soledad / que existe entre lo cotidiano y el deseo. / vuela ante el parabrisas / te engaña se detiene / y luego escapa. / para toda mujer hay un trono / en el centro de un hombre / una silla en la conciencia. / yo vivo sobre la nariz entre tus ojos / bajo la frente / sólo tus huesos son cómplices de mi ocio / así los árboles nos traspasan / los colores nos iluminan juntos / y así la muerte nos matará a los dos / boca arriba / entre tus pensamientos / y mi llanto.

Un chocolate viene      aquí tengo en la cartera un chocolate. / apretada / la letra de un hombre se ha prendido / al papel que lo envuelve. / un hombre azul me lo envía / lo deja caer desde una nube. / un chocolate viene / desde un vuelo muy alto sin aviso / a mi boca / y en el gusto van entrando sus ojos. / estoy comiendo ojos de chocolate / en mi vestido blanco se prenden las avispas. / ya que volamos juntos dime / dónde está la distancia interminable / mi cuerpo a segundos-propulsión del tuyo / y el amanecer cuajándose en mi bata. / ya toco el otro corazón bajo tu vientre. / en el ruido de un motor donde puede / desprenderse la eternidad estamos presos. / ya estoy muerta por accidente de un amor / en este oscuro hotel aprieto mi tablita de chocolate / para salvarme / (no se pueden amputar los amorcitos todo / es continuable o roto por / las cosas principales que te obligan / a matar a una muchacha / en este pobre hotel de provincia / con los colchones hundidos de tanta humanidad). / las paredes se descascaran la gente se me olvida / y estos momentos que uno tiene / son ásperos / como si nos hubiéramos vaciado / indefensos / sólo un sabor dulce sobre mi ombligo / y no puedo detener los aviones que van a salir / que no son de juguete ya crecieron / y las señales los aeropuertos / siguen depositando tu cuerpo en la realidad / sin que yo pueda nada en contra / boletos fechas viajes que me corrompen / de tanta fama que tengo aquí / la fama que no es un número exacto / ni siquiera un chocolate entre los dientes / nadie sabe que en esta habitación tan sola / yo me como la fama / porque no me sirve para dormir / tibia / entre tus muslos.

‘El tren a Burdeos’ de Marguerite Duras

Marguerite_Duras2Una vez tuve dieciséis años. A esa edad todavía tenía aspecto de niña. Era al volver de Saigón, después del amante chino, en un tren nocturno, el tren de Burdeos, hacia 1930. Yo estaba allí con mi familia, mis dos hermanos y mi madre. Creo que había dos o tres personas más en el vagón de tercera clase con ocho asientos, y también había un hombre joven enfrente mío que me miraba. Debía de tener treinta años. Debía de ser verano. Yo siempre llevaba estos vestidos claros de las colonias y los pies desnudos en unas sandalias. No tenía sueño. Este hombre me hacía preguntas sobre mi familia, y yo le contaba cómo se vivía en las colonias, las lluvias, el calor, las verandas, la diferencia con Francia, las caminatas por los bosques, y el bachillerato que iba a pasar aquel año, cosas así, de conversación habitual en un tren, cuando uno desembucha toda su historia y la de su familia. Y luego, de golpe, nos dimos cuenta de que todo el mundo dormía. Mi madre y mis hermanos se habían dormido muy deprisa tras salir de Burdeos. Yo hablaba bajo para no despertarlos. Si me hubieran oído contar las historias de la familia, me habrían prohibido hacerlo con gritos, amenazas y chillidos. Hablar así bajo, con el hombre a solas, había adormecido a los otros tres o cuatro pasajeros del vagón. Con lo cual este hombre y yo éramos los únicos que quedábamos despiertos, y de ese modo empezó todo en el mismo momento, exacta y brutalmente de una sola mirada. En aquella época, no se decía nada de estas cosas, sobre todo en tales circunstancias. De repente, no pudimos hablarnos más. No pudimos, tampoco, mirarnos más, nos quedamos sin fuerzas, fulminados. Soy yo la que dije que debíamos dormir para no estar demasiado cansados a la mañana siguiente, al llegar a París. Él estaba junto a la puerta, apagó la luz. Entre él y yo había un asiento vacío. Me estiré sobre la banqueta, doblé las piernas y cerré los ojos. Oí que abrían la puerta, salió y volvió con una manta de tren que extendió encima mío. Abrí los ojos para sonreírle y darle las gracias. Él dijo: «Por la noche, en los trenes, apagan la calefacción y de madrugada hace frío». Me quedé dormida. Me desperté por su mano dulce y cálida sobre mis piernas, las estiraba muy lentamente y trataba de subir hacia mi cuerpo. Abrí los ojos apenas. Vi que miraba a la gente del vagón, que la vigilaba, que tenía miedo. En un movimiento muy lento, avancé mi cuerpo hacia él. Puse mis pies contra él. Se los di. Él los cogió. Con los ojos cerrados seguía todos sus movimientos. Al principio eran lentos, luego empezaron a ser cada vez más retardados, contenidos hasta el final, el abandono al goce, tan difícil de soportar como si hubiera gritado.

Hubo un largo momento en que no ocurrió nada, salvo el ruido del tren. Se puso a ir más deprisa y el ruido se hizo ensordecedor. Luego, de nuevo, resultó soportable. Su mano llegó sobre mí. Era salvaje, estaba todavía caliente, tenía miedo. La guardé en la mía. Luego la solté, y la dejé hacer.

El ruido del tren volvió. La mano se retiró, se quedó lejos de mí durante un largo rato, ya no me acuerdo, debí caer dormida.

Volvió.

Acaricia el cuerpo entero y luego acaricia los senos, el vientre, las caderas, en una especie de humor, de dulzura a veces exasperada por el deseo que vuelve. Se detiene a saltos. Está sobre el sexo, temblorosa, dispuesta a morder, ardiente de nuevo. Y luego se va. Razona, sienta la cabeza, se pone amable para decir adiós a la niña. Alrededor de la mano, el ruido del tren. Alrededor del tren, la noche. El silencio de los pasillos en el ruido del tren. Las paradas que despiertan. Bajó durante la noche. En París, cuando abrí los ojos, su asiento estaba vacío.

Marguerite Duras (foto)

‘Sin nombres, sin rostros ni rastros’ de J.E. Pardo

jorge eliércer pardoComo a mis hermanos los han desaparecido, esta noche espero a las orillas del río a que baje un cadáver para hacerlo mi difunto. A todas en el puerto nos han quitado a alguien, nos han desaparecido a alguien, nos han asesinado a alguien, somos huérfanas, viudas. Por eso, a diario esperamos los muertos que vienen en las aguas turbias, entre las empalizadas, para hacerlos nuestros hermanos, padres, esposos o hijos. Cuando bajan sin cabeza también los adoptamos y les damos ojos azules o esmeralda, cafés o negros, boca grande y cabellos carmelitas. Cuando vienen sin brazos ni piernas, se las damos fuertes y ágiles para que nos ayuden a cultivar y a pescar.

Todos tenemos a nuestros nn en el cementerio, les ofrecemos oraciones y flores silvestres para que nos ayuden a seguir vivos porque los uniformados llegan a romper puertas, a llevarse nuestros jóvenes y a arrojarlos despedazados más abajo para que los de los otros puertos los tomen como sus difuntos, en reemplazo de sus familiares. Miles de descuartizados van por el río y los pescadores los arrastran a la playa para recomponerlos. Nunca damos sepultura a una cabeza sola, la remendamos a un tronco solo, con agujas capoteras y cáñamo, con puntadas pequeñas para que no las noten los que quieren volver a matarlos si los encuentran de nuevo.

Sabemos que los cuerpos buscan sus trozos y que tarde o temprano, en esta vida o la otra, volverán a juntarse y, cuando estén completos, los asesinos tendrán que responder por la víctima. Si la justicia humana no castiga a los verdugos, la otra sí los pondrá en el banquillo de los que jamás volverán a enfrentarse a los ojos suplicantes de los ultimados.

Esta noche hemos salido a las playas a esperar a que bajen otros. Nos han dicho que son los masacrados hace varias semanas, los que sacaron a la plaza principal y aserraron a la vista de todos. Quiero que venga un hombre trabajador y bueno como los pescadores y agricultores de por allá arriba y que yo pueda hacerle los honores que no le dieron cuando lo fusilaron. Mis hermanas tirarán las atarrayas y los chiles para no dejarlos pasar, uno no sabe si el que le toca es el sacrificado que con su muerte acabará la guerra. Aquí todas creemos que nuestros difuntos prestados son los últimos de la guerra, pero en los rezos nos damos cuenta de que es una ilusión.  Cuando traen ojos se los cerramos porque es triste verles esa mirada de terror, como si en sus pupilas vidriosas estuvieran reflejados los asesinos. Nos dan miedo esos hombres armados que quedan en el fondo de los ojos de los muertos, parecen dispuestos a matarnos también. Muchos párpados ya no se dejan cerrar y, dicen en el puerto, que es para que no olvidemos a los sanguinarios. Los enterramos así, con el sello del dolor y la impunidad mirando ahora la oscuridad de las bóvedas.

Algunos están comidos por los peces y los ojos desaparecidos no dan señales del color de  sus miradas. A muchos de los que nos regala el río y no tienen cara, nosotras les ponemos las de nuestros familiares desaparecidos o perdidos en los asfaltos de las ciudades. Pegamos las fotografías en los vidrios de los ataúdes para despedirlos con caricias en las mejillas. Fotos de cuando eran niños, con sus caras inocentes. Las novias hacen promesas, las esposas les cuentan sus dolores y necesidades y las madres les prometen reunirse pronto donde seguramente Dios los tiene descansando de tanta sangre. Las solteras les piden que les traigan salud, dinero y amor. Y cuando las palomas anidan en las tumbas es el anuncio de que deben emigrar para otra parte de Colombia o para Venezuela, España o los Estados Unidos.

Los primeros meses poníamos en sus lápidas las tristes letras de nn y debajo un número para que todos supieran que era un muerto con dueño, o mejor un desparecido reencontrado. Cuando nadie viene por ellos y las autoridades también los dejan a la buena de Dios, los dueños de los cadáveres los rebautizan con los nombres de sus muertos queridos. Es como un nacimiento al revés: parido entre el agua del río y lavado después en la arena. Les llevamos flores, les encendemos veladoras y les regalamos rosarios completos y unos cuantos responsos. Todas sabemos que en cada rescatado hay un santo.

Los lunes nos reunimos en un rezo colectivo porque ya todas tenemos muertos  y sabemos que están muy solos y que todavía sienten la angustia de haber sido degollados, descuartizados o ejecutados con desmayo en la humillación. El dolor produce una mueca que nos hace respetar más al sacrificado.

A los aterrorizados les tenemos más amor y consideración porque uno nunca sabe cómo es ese momento de la tortura lenta y cómo enfrentaron las motosierras, las metralletas, los cilindros bomba.

Cuando oímos los llantos colectivos de las viudas errantes buscando a sus muertos, en peregrinación por las riveras, como nuevos fantasmas detrás de sus maridos, les damos los rasgos corporales y les entregamos los cadáveres recuperados. Lloramos con devoción y esa misma noche se los llevan envueltos en costales de fique, en sábanas viejas, en barbacoas o en los cajones simples que nosotras hemos alistado para los difuntos santificados.

Romerías con linternas apuntando el infinito con estrellas como pidiendo orientación al cielo para no perderse en los manglares, tras la huella invisible del río. Lloran como nosotras la rabia de la impotencia. Cuando no encuentran al que buscan nos dejan su foto arrugada porque ya no importa tanto la justicia de los hombres sino la cristiana sepultura de los despojos.

Nos hemos contentado con recibir y adoptar pedazos porque tener uno entero es tan difícil como el regreso de nuestros muchachos reclutados para la muerte. Ellos no volverán, mucho menos las noticias porque la guerra se los come o los ahoga. Cuando no se los traga la manigua, los matan las enfermedades de la montaña o el hambre.

Nos han dicho que no somos los únicos en el puerto, que en Colombia los ríos son las tumbas de los miserables de la guerra. Los viejos nos han dicho que siempre los ríos grandes y pequeños albergan a las víctimas, desde la violencia entre liberales y conservadores de los siglos pasados cuando venían inflados, flotando, con un gallinazo encima.

Al reemplazar el nn en la lápida por el nombre de nuestro esposo o hijo, la energía que viene del cemento es como la que sentimos cuando nos abrazábamos antes de la desaparición. Lo sabemos porque al golpear la pared y empezar las conversaciones secretas, después de las palabras, aquí estamos, no estás solo, nos llega un vientecito tibio como el calor de los cuerpos de nuestros seres inmolados. Los santos asesinados son los mismos en todo el mundo, en todas las guerras y nosotras lo sabemos sin decírnoslo. A algunas de nuestras vecinas les han dicho que se vayan del puerto, que busquen en las ciudades un mejor porvenir para los niños y muchas se han ido sin regreso posible. Entonces regalan o encargan a su muerto, a su Alfredo o Ricardo, a su Alfonso o Benjamín, para que los guíe y cuide en los largos y miedosos tiempos del errabundaje. Así el puerto se ha quedado con muy pocos niños y las adolescentes desaparecen antes de que los padres las saquen de las zonas de candela. Por eso creemos que nuestros muertos, los descendientes sacrificados que nos da el río, reemplazarán a tantas familias que mendigan por Colombia. Mi esposo seguramente ha sido redimido por otra madre desconsolada, más abajo de aquí, porque hemos sabido que lo arrojaron desnudo y dividido, lo acusaban de enlace de los grupos armados. Tendrá otras manos y otra cabeza, pero no dejará de ser el hombre que amaré por siempre, así me lo hayan arrebatado untado con mis lágrimas. Se me ha acabado el agua de mis ojos pero no la rabia. El perdón, el olvido y la reparación, han sido para mí una ofensa. Nadie podrá pagar ni reparar la orfandad en que hemos quedado. Nadie. Ni siquiera el río que nos devuelve las migajas, nos da la comida para vivir y nos entrega los muertos para no perder la esperanza.

Nuestro cementerio no es de desconocidos como pretendieron hacernos creer. Nosotras no pedimos a nuestros muertos números de suerte ni pedazos de tierra para una parcela, pedimos paz para los niños que aún no entran en la guerra a pesar de que a muchos de nuestros sobrinos los han quemado o arrojado al agua. Los niños no llegan a las playas, no son pescados por manos bondadosas.

Dicen que a ellos los rescata un ángel cuando los asesinan. El río los purifica.

Después de tantas noches de cielo hechizado, de tanto llanto contenido, mi hija ha quedado viuda. Por eso está conmigo esta noche en la orilla, rezando para que baje un hombre por quien llorar junto a nosotras. Más arriba hay chorros de linternas. Sabemos que cada uno tiene los muertos que el río buenamente le entrega. No importa que seamos un pueblo de mujeres, de fantasmas, o de cadáveres remendados, no importa que no haya futuro. Nos aferramos a la vida que crece en los niños que no han podido salir del puerto. A nuestras criaturas inocentes las hemos dejado dormidas para salir a pescar a los huérfanos de todo.

Mañana nos preguntarán cómo nos fue y nosotras les diremos que hay una tumba nueva y un nuevo familiar a quien recordar. Bajan canoas y lanchas. No sabemos si estamos dentro de un sueño o nosotras flotamos despedazadas en el agua turbia, en espera de unas manos caritativas que nos hagan el bien de la cristiana sepultura.

Jorge Eliécer Pardo (foto) (Premio Nacional “Cuento Sobre Desaparición Forzada ‘Sin Rastro’”)

Paula y Revista de Libros, cuentos premiados y no

sergio-gomezMás vale tarde que nunca para constar los fallos de los concursos: de la revista Paula, de cuento, y Revista de Libros, de libro de cuentos. El primero lo ganó Mónica del Pilar Drouilly Hurtado, y el segundo Sergio Gómez (foto). Pero hay un problema con Sergio: El Mercurio, que realiza el concurso, decidió declararlo desierto después de difundir la decisión sobre el ganador. Es decir, Sergio Gómez ganó, y perdió.

“Primero te ponen en una portada de la Revista de Libro y te hacen aparecer como el güeón que ganó un premio”, dijo, malhumorado, “y después te lo quitan y quedas tú como el güeón imbécil”. Eso fue lo que sintió. Y añadió: “Esa cuestión me da lata. Porque al salir en el diario quedo como esa señora (Paulina Wendt) que hizo plagio en el concurso de la revista Paula”.

Paulina Wendt es pareja de Raúl Zurita, Premio Nacional de Literatura en el 2000, y su cuento ‘El cazador’, declarado como el ganador del premio Paula 2002, se reveló que era plagio de un relato del escritor argentino Ricardo Piglia. Ella dijo en su defensa: “En mi condición de lectora voraz, hace que me sepa muchos cuentos de memoria, frases completas, que almaceno en alguna parte, y olvido de dónde las obtuve».

En cuanto a la declaratoria de desierto del concurso Revista de Libros, la decisión la tomó El Mercurio no por plagio, sino porque dos de los cuentos del libro titulado ‘Asesino de pájaros’ (de Sergio Gómez) habían sido publicados hacía muchos años, y en las bases se habla de “cuentos inéditos”. Esta vez creo que El Mercurio tiene la razón.

En letras.s5.com, se puede leer uno de los cuentos impugnados por El Mercurio, titulado ‘Ulises Mardones’. En la reseña se dice que este es “el primer cuento del libro ‘Asesino de pájaros’, de Sergio Gómez, ganador del Premio Revista de Libros 2014”, y que “la obra ganadora (será publicada) en el sello El Mercurio-Aguilar, según lo contemplado en las bases de este concurso literario, que por primera vez se otorga a un conjunto de cuentos”.

Para cerrar con el concurso de la revisa Paula, decir que ganó Mónica del Pilar monica Drouilly HurtadoDrouilly Hurtado (foto) con el cuento ‘Cosmogonía invernal aún en tránsito’. Ediciones UDP (Universidad Diego Portales) publicó el libro Cosmogonía invernal aún en tránsito y otros cuentos, que incluye también los finalistas:Dos niños fantasmas’ de Rodrigo Lara Serrano, ‘Fragmentos de la higiene doméstica’ de Carolina Alejandra Melys Perera, ‘Vinieron veintisiete al concierto’ de Pedro Donoso Aránguiz, ‘La fiebre’ de Víctor Javier Soto Martínez, ‘La decisión’ de Omar Saavedra Santis, ‘Verano’ de José Ignacio Azar Denecken, ‘Hormazábal’ de Macarena Figueroa Nikilitschek, ‘Cuentas’ de Gastón Gabriel Carrasco Aguilar y ‘Cuchillos’ de Francisco Gallegos Celis.

Ojalá veamos a la ganadora o alguno de los finalistas descollando más adelante con su obra; que no sean flor de un día, y en cambio honra y prez de la literatura chilena.

Murió en México el poeta argentino Juan Gelman

Juan GelmanJuan Gelman (foto) nació en Buenos Aires, en el 30, y murió ayer en Ciudad de México. En una oportunidad habló con Susana Viau, largamente. Interesantemente: “El grupo inicial de El Pan Duro éramos Héctor Negro, Hugo Di Taranto, Juan Hierba, que en realidad se llama Nemirosky, que se exilió en España y se quedó, Carlos Somigliana, que después derivó a la dramaturgia, y yo. Había un sexto, del que no acabo de acordarme. Muy poco después se agregaron Juana Bignozzi, Atilio Castelpoggi. Éramos gente de la Juventud Comunista y alrededores, nos reuníamos en cafés y, como nadie nos publicaba, decidimos autopublicarnos. Empezamos a hacer actos, lecturas. A una de ellas, la que hicimos en el viejo teatro La Máscara, asistió Raúl González Tuñón y de algún modo nos apadrinó. El orden de publicación de los libros lo decidíamos entre todos, en votación secreta. A mí me tocó ser el primero con Violín y otras cuestiones. Necesitábamos sello editorial y por intermedio de González Tuñón llegamos al viejo Gleizer, Manuel Gleizer, que era un viejo absolutamente extraordinario. Era de Odessa.

Como su madre…     Sí, mi madre era de un pueblito muy cercano a Odessa. Gleizer tenía en Triunvirato, que entonces era Corrientes, un bolichito donde vendía ropa. Era un lector empedernido y empezó a vender libros también. Ese lugar se convirtió en una peña donde iban pintores, intelectuales. El editó los primeros libros de los desconocidos de entonces: Borges, Marechal, la generación del ’22. Cuando llegamos nosotros, Gleizer ya no editaba más, pero generosamente nos prestó el sello y se ocupó. Fue uno de los primeros editores que tuvo la Argentina, porque antes los libros los editaban las imprentas. Él tuvo esa audacia”.

Juan Gelman ganó el Premio Cervantes en el 2007. De aquel primer libro publicado, Violín y otras cuestiones, en 1956, el siguiente poema:

Oficio     Cuando al entrar el verso me disloco / o no cabe un adverbio y se me quiebra / toda la música, la forma mira / con su monstruoso rostro de abortado, / me duele el aire, sufro el sustantivo, / pienso qué bueno andar bajo los arboles / o ser picapedrero o ser gorrión / y preocuparse por el nido y la / gorriona y los pichones, sí, qué bueno, / quién me manda meterme, endecasílabo, / a cantar, quién me manda / agarrarme el cerebro con las manos, / el corazón con verbos, la camisa / a dos puntas y exprimirme, / quién me manda, te digo, siendo juan, / un juan tan simple con sus pantalones, / sus amigotes, su trabajo y su / condenada costumbre de estar vivo, / quién me manda andar grávido de frases, / calzar sombrero imaginario, ir / a esperar una rima en esa esquina / como un novio puntual y desdichado, / quién me manda pelear con la gramática, / maldecirme de noche, rechinar / fieramente, negarme, renegar, / gemir, llorar, qué bueno está el gorrión / con su gorriona, sus pichones y / su nido, su capricho de ser gris, / o ser picapedrero, óigame amigo, / cambio sueños y música y versos / por una pica, pala y carretilla. / Con una condición: / déjeme un poco / de este maldito gozo de cantar.

q.e.p.d.

Más poemas: A media voz.

‘No’ ganó el Premio Luis Buñuel 2013

luisbunuelLa Revista Arcadia informa que la película chilena ‘No’ acaba de ganar el premio Luis Buñuel a la Mejor Película Iberoamericana, otorgado por la Entidad de Gestión de Derechos de los Productores Audiovisuales (Egeda) y la Federación Iberoamericana de Productores Cinematográficos y Audiovisuales (Fipca), durante el festival internacional de cine de Huesca, España. ‘No’ había ganado el premio de Cine Arte (de la sección Noche de Directores) en el Festival de Cannes 2012. ‘No’ está dirigida por Pablo Larraín y protagonizada por el actor mexicano Gael García Bernal. ‘No’ cuenta la historia del publicista Forch durante “la campaña del ‘No’» en 1988, cuando el dictador Augusto Pinochet hizo un plebiscito para prolongar 8 años su régimen. ‘No’ está inspirada en la obra de teatro El Plebiscito, de Antonio Skármeta. ‘No’ superó en Huesca a otras cuatro nominadas: la paraguaya 7 cajas, la brasileña Febre do rato, la argentina Infancia clandestina y la española Lo imposible. ‘No’ optó por el premio (foto) que consideraba a todas las películas iberoamericanas estrenadas entre el 1 de enero y el 31 de diciembre de 2012, y ganó el Premio Luis Buñuel. Trailer: http://www.youtube.com/watch?v=ApJUk_6hN-s#t=33

‘El recado’, Elena Poniatowska, Premio Cervantes

elena-poniatowska1Vine Martín, y no estás. Me he sentado en el peldaño de tu casa, recargada en tu puerta y pienso que en algún lugar de la ciudad, por una onda que cruza el aire, debes intuir que aquí estoy. Es este tu pedacito de jardín; tu mimosa se inclina hacia afuera y los niños al pasar le arrancan las ramas más accesibles… En la tierra, sembradas alrededor del muro, muy rectilíneas y serias veo unas flores que tienen hojas como espadas. Son azul marino, parecen soldados. Son muy graves, muy honestas. Tú también eres un soldado. Marchas por la vida, uno, dos, uno, dos… Todo tu jardín es sólido, es como tú, tiene una reciedumbre que inspira confianza.

Aquí estoy contra el muro de tu casa, así como estoy a veces contra el muro de tu espalda. El sol da también contra el vidrio de tus ventanas y poco a poco se debilita porque ya es tarde. El cielo enrojecido ha calentado tu madreselva y su olor se vuelve aún más penetrante. Es el atardecer. El día va a decaer. Tu vecina pasa. No sé si me habrá visto. Va a regar su pedazo de jardín. Recuerdo que ella te trae una sopa cuando estás enfermo y que su hija te pone inyecciones… Pienso en ti muy despacio, como si te dibujara dentro de mí y quedaras allí grabado. Quisiera tener la certeza de que te voy a ver mañana y pasado mañana y siempre en una cadena ininterrumpida de días; que podré mirarte lentamente aunque ya me sé cada rinconcito de tu rostro; que nada entre nosotros ha sido provisional o un accidente.

Estoy inclinada ante una hoja de papel y te escribo todo esto y pienso que ahora, en alguna cuadra donde camines apresurado, decidido como sueles hacerlo, en alguna de esas calles por donde te imagino siempre: Donceles y Cinco de Febrero o Venustiano Carranza, en alguna de esas banquetas grises y monocordes rotas sólo por el remolino de gente que va a tomar el camión, has de saber dentro de tí que te espero. Vine nada más a decirte que te quiero y como no estás te lo escribo. Ya casi no puedo escribir porque ya se fue el sol y no sé bien a bien lo que te pongo. Afuera pasan más niños, corriendo. Y una señora con una olla advierte irritada: “No me sacudas la mano porque voy a tirar la leche…” Y dejo este lápiz, Martín, y dejo la hoja rayada y dejo que mis brazos cuelguen inútilmente a lo largo de mi cuerpo y te espero. Pienso que te hubiera querido abrazar. A veces quisiera ser más vieja porque la juventud lleva en sí, la imperiosa, la implacable necesidad de relacionarlo todo con el amor.

Ladra un perro; ladra agresivamente. Creo que es hora de irme. Dentro de poco vendrá la vecina a prender la luz de tu casa; ella tiene llave y encenderá el foco de la recámara que da hacia afuera porque en esta colonia asaltan mucho, roban mucho. A los pobres les roban mucho; los pobres se roban entre sí… Sabes, desde mi infancia me he sentado así a esperar, siempre fui dócil, porque te esperaba. Sé que todas las mujeres aguardan. Aguardan la vida futura, todas esas imágenes forjadas en la soledad, todo ese bosque que camina hacia ellas; toda esa inmensa promesa que es el hombre; una granada que de pronto se abre y muestra sus granos rojos, lustrosos; una granada como una boca pulposa de mil gajos. Más tarde esas horas vividas en la imaginación, hechas horas reales, tendrán que cobrar peso y tamaño y crudeza. Todos estamos –oh mi amor– tan llenos de retratos interiores, tan llenos de paisajes no vividos.

Ha caído la noche y ya casi no veo lo que estoy borroneando en la hoja rayada. Ya no percibo las letras. Allí donde no le entiendas en los espacios blancos, en los huecos, pon: «Te quiero…» No sé si voy a echar esta hoja debajo de la puerta, no sé. Me has dado un tal respeto de ti mismo… Quizá ahora que me vaya, sólo pase a pedirle a la vecina que te dé el recado: que te diga que vine.

Elena Poniatowska (foto) (Ayer ganó el Premio Cervantes 2013)

Mala persona no es buen periodista: Kapuscinski

??????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????????Nació en Pinsk, Polonia, en 1932, y murió en Varsovia en el 2007. Estudió Historia, pero se dedicó al Periodismo. Escribió para el Time, The New York Times, La Jornada, Frankfurter Allgemeine Zeituq y El País (de España), además de muchos libros. Sobrevivió a doce enfrentamientos armados, de los que informó desde el frente. Al final, dijo sobre la guerra que “es una derrota para la humanidad porque, además de poner en tela de juicio la bondad y la inteligencia, manifiesta el fracaso del ser humano: su incapacidad de entenderse con otros, de ponerse en su piel”. Sobrevivió, también, a cuatro condenas a muerte, y en el 2003 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicaciones y Humanidades, por “su preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo”. Estoy hablando de Ryszard Kapuscinski (foto), de quien me permito compartir 10 reflexiones que hizo sobre el Periodismo. (La frase que más me gusta de Kapuscinski es esta: “Las malas personas no pueden ser buenos periodistas”. Y esto, uno lo nota cuando los escucha, cuando los lee y cuando los ve.) Van, pues, las enseñanzas de un maestro auténtico, con la esperanza de que sean leídas por colegas nuevos, honestos y empeñosos, que consideren el Periodismo una razón de ser, y no una fuente de riqueza, como ocurre con frecuencia hoy.

1) “Heródoto era un hombre curioso que se hacía muchas preguntas, y por eso viajó por el mundo de su época en busca de respuestas. Siempre creí que los reporteros éramos los buscadores de contextos, de las causas que explican lo que sucede. Quizá por eso los periódicos son ahora más aburridos y están perdiendo ventas en todo el mundo. Ninguno de los 20 finalistas de la última edición del Lettre-Ulysses del arte del reportaje (premio que se otorga en Berlín), y del que soy miembro del jurado, trabaja en medios de comunicación. Todos tuvieron que dejar sus empleos para dedicarse al gran reportaje. Este género se está trasladando a los libros porque ya no cabe en los periódicos, tan interesados en las pequeñas noticias sin contexto”.

2) El periodista del XXI “se diferencia del siglo XX en el sentido técnico. Antes el periodista, cuando se iba a una guerra, tenía libertad para moverse. Dependía mucho de su talento, de su validez. Ahora, como tenemos teléfonos móviles o Internet, el jefe de redacción sabe mucho más lo que está pasando. El periodista destacado en un lugar sabe lo que ve, mientras que el jefe, que está en Madrid o Roma, tiene la información de varias fuentes. Al final, el periodista, en vez de llevar a cabo sus investigaciones, se dedica a confirmar lo que el jefe le pide desde la redacción. El sentido del trabajo ha cambiado mucho.

3) “Me gustaría que mis libros sirvieran para que los lectores del siglo XXI comprendieran lo que ha sido el nacimiento del Tercer Mundo, la llegada al poder y la soberanía de sociedades míseras, rurales e iletradas, un fenómeno sin precedentes que va a cambiar la mentalidad y el modo de vivir en todos los países”.

4) “Antes, los periodistas eran un grupo muy reducido, se les valoraba. Ahora el mundo de los medios de comunicación ha cambiado radicalmente. La revolución tecnológica ha creado una nueva clase de periodista. En Estados Unidos les llaman media worker. Los periodistas al estilo clásico son ahora una minoría. La mayoría no sabe ni escribir, en sentido profesional, claro. Este tipo de periodistas no tiene problemas éticos ni profesionales, ya no se hace preguntas. Antes, ser periodista era una manera de vivir, una profesión para toda la vida, una razón para vivir, una identidad. Ahora la mayoría de estos media workers cambian constantemente de trabajo; durante un tiempo hacen de periodistas, luego trabajan en otro oficio, luego en una emisora de radio… No se identifican con su profesión”.

5) “El verdadero periodismo es intencional… Se fija un objetivo e intenta provocar algún tipo de cambio. El deber de un periodista es informar, informar de manera que ayude a la humanidad y no fomentando el odio o la arrogancia. La noticia debe servir para aumentar el conocimiento del otro, el respeto del otro. Las guerras siempre empiezan mucho antes de que se oiga el primer disparo, comienza con un cambio del vocabulario en los medios. En los Balcanes se pudo ver claramente cómo se estaba cocinando el conflicto”.

6) “Esta es una profesión muy exigente. Todas lo son, pero la nuestra de manera particular. El motivo es que nosotros convivimos con ella veinticuatro horas al día. No podemos cerrar nuestra oficina a las cuatro de la tarde y ocuparnos de otras actividades. Éste es un trabajo que ocupa toda nuestra vida, no hay otro modo de ejercitarlo. O, al menos, de hacerlo de un modo perfecto”.

7) “Hay profesiones para las que, normalmente, se va a la universidad, se obtiene un diploma y ahí se acaba el estudio. Durante el resto de la vida se debe, simplemente, administrar lo que se ha aprendido. En el Periodismo, en cambio, la actualización y el estudio constantes son la conditio sine qua non. Nuestro trabajo consiste en investigar y describir el mundo contemporáneo, que está en un cambio continuo, profundo, dinámico y revolucionario. Día tras día, tenemos que estar pendientes de todo esto y en condiciones de prever el futuro. Por eso es necesario estudiar y aprender constantemente”.

8) “Podemos encontrar muchos periodistas jóvenes llenos de frustraciones, porque trabajan mucho por un salario muy bajo, luego pierden su empleo y a lo mejor no consiguen encontrar otro. Todo esto forma parte de nuestra profesión. Por tanto, tened paciencia y trabajad. Nuestros lectores, oyentes, telespectadores son personas muy justas, que reconocen enseguida la calidad de nuestro trabajo y, con la misma rapidez, empiezan a asociarla con nuestro nombre; saben que de ese nombre van a recibir un buen producto. Ése es el momento en que se convierte uno en un Periodista estable. No será nuestro director quien lo decida, sino nuestros lectores”.

9) “Una de las cosas que resulta fundamental entender es que, en la mayor parte de los casos, la gente sobre la que vamos a escribir la conocemos durante un brevísimo periodo de su vida y de la nuestra. A veces vemos a alguien durante cinco o diez minutos, estamos viajando a otra parte y a esa persona no volveremos a verla nunca más. Por tanto, el secreto de la cuestión está en la cantidad de cosas que estas personas son capaces de decirnos en un tiempo tan breve. El problema es que las personas, en un primer contacto, son generalmente muy calladas, no tienen ganas de hablar. Es una experiencia que todos compartimos: es necesario cierto tiempo para adaptarse al otro. ¡Pero esos escasos minutos a veces son los únicos que tenemos para hablar con una persona! Para un periodista, si esos minutos transcurren en silencio o generan una comunicación insatisfactoria, el encuentro es un fracaso. El éxito depende entonces de situaciones que están fuera de nuestro control, casi de “accidentes”.

10) “Creo que para ejercer el Periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias. Y convertirse, inmediatamente, desde el primer momento, en parte de su destino. Es una cualidad que en psicología se denomina “empatía”. Mediante la empatía, se puede comprender el carácter del propio interlocutor y compartir de forma natural y sincera el destino y los problemas de los demás”.

‘Mi escritura no es letra de vitrina’: Lemebel

pedro lemebel2Héctor Cossio trae hoy en ‘Cultura’ de El Mostrador una entrevista a Pedro Lemebel (foto), ganador del Premio José Donoso 2013, que le será entregado el 2 de noviembre en la Feria Internacional del Libro de Santiago (Filsa) que abre sus puertas de la Estación Mapocho, en Santiago. Dice Héctor Cossio: “El cronista no se ha dejado ver mucho este último tiempo. Desde sus intervenciones quirúrgicas por un cáncer de laringe que lo tienen hoy con una voz artificial, Pedro Lemebel ha optado por el silencio, restringiendo sus apariciones públicas. No da entrevistas, le caen mal los periodistas, desconfía de ellos. Para este artículo hizo una excepción con Cultura+Ciudad (de El Mostrador) tal como lo hizo para el Festival de Literatura de Buenos Aires donde, con su voz de vocoder, leyó varios textos con música de fondo logrando tal intimidad con la audiencia que ésta lo coronó con una ovación cerrada.

En la Feria del Libro de Santiago aprovecharán de entregarte el premio José Donoso. ¿Tienes preparado algo especial?     Iré sólo a recibir el premio, qué más. El día 2 de noviembre presento “Poco hombre”, a las 4 de la tarde en la Sala de las Artes de la Feria del Libro. Es la antología hecha por Ignacio Echevarría y eso será una presentación donde están todos invitados, menos los fachos, jajaja.

¿Qué significa para ti haber ganado ese premio?     Este reconocimiento lo agradezco sin soberbia, pero con dignidad de letra proletaria. No lo sé, quizás siga siendo un outsider como dicen. A pesar de los homenajes, sigo estando al borde del camino letrado. No me asusta, ya que antes había obtenido la beca Guggenheim y el premio Anna Segers. Pero los premios, más que reconocimientos, son lápidas.

Con el paso del tiempo tus crónicas cobran más vigencia, ¿a qué crees que se deba eso?     Quizás, el mensaje político literario de mis crónicas, que después de tanto tiempo se asume y se habla. Me refiero a los contenidos de denuncia que están en mis textos desde la dictadura. Para mucha gente que nunca me leyó, por prejuicio o porque yo publicaba en lugares proscritos, ahora se sorprende, pero siempre escribí, dije, grité, y enarbolé los textos como bandera de opresión.

¿En qué ha cambiado tu obra?     Ha pasado el tiempo y han ocurrido transformaciones de mi trabajo: desbarroquizaciones, decantaciones de la adjetivación. Creo que hay un acercamiento a mi biografía, aunque mi memoria me juega malas pasadas, a veces se me confunde si lo que viví, lo soñé o me lo contaron. Tiendo a confundir memoria e historia, memoria y sueño, memoria y deseo, en fin… al final no me queda claro si lo soñé, me ocurrió o lo ficcioné, aunque la ficción no me queda. En fin, es el vértigo inestable de la escritura.

¿Qué diferencias observas en tu literatura y en la de Pablo Simonetti?     Mi escritura es estrategia de sobrevivencia más que novelería o letra de vitrina. Más cercana al panfleto o al graffiti y a la canción popular. Me identifico más con la poesía callejera que con la narrativa actual.

¿Estás trabajando en nuevos proyectos?     Hay algunos en carpeta: la reedición de “Adiós Mariquita linda”, por Seix Barral Planeta; una novela corta, “El éxtasis de delinquir”; otro libro de crónicas; y uno sobre Gladys Marín. En fin, ya vendrán…

El arte

¿Piensas que durante la conmemoración de los 40 años del Golpe faltó un reconocimiento mayor a la labor de las ‘Yeguas del Apocalipsis’? Un reconocimiento explícito del mundo del arte tal vez…     Por supuesto que sí y, como dice Francisco Casas, el trabajo de las Yeguas debiera estar en el Museo de la Memoria. Fuimos un colectivo homosexual que, anteponiendo nuestras demandas, homenajeamos a los Detenidos Desaparecidos, único caso en el continente. Estamos en la historia de este país porque Gerardo Mosquera, crítico extranjero, nos reconoció. No porque nuestros prejuiciosos amigos del arte lo quisieran. En ese sentido, después de veinte años, seguimos siendo estigmatizados, pero ya no importa, cruzamos las fronteras a pesar de la miopía nacional.

¿Cómo te caen las personas que vienen del mundo del arte?     Hay de todo, también hay gente valiosa. Pero en general hay oportunismo. Ayer estaban con el arte denunciante, después con el posmodernismo, luego con el kitsch y, ahora, con el neoliberalismo de feria comercial.

Hace poco Arakis, un crítico transexual de arte feminista, dijo en una entrevista que el mundo del arte sigue respondiendo a una cultura decimonónica. ¿Compartes esa opinión?     La crítica fetichista siempre te analiza con lupa, poniéndote como objeto de especulación moral. No entiendo esas palabras: ¿décimo qué?, ¿heteronorma qué? Son palabras adoptadas del nuevo cuiquerío cultural. No me apasionan los estudios queer, encuentro que crean otro gheto, la loca académica me da náuseas. Me interesan más los movimientos sociales, las marchas estudiantiles, los estallidos políticos clandestinos que remecen la subjetividad social. Los colectivos de estudiantes secundarios que han aparecido, como El colectivo Lemebel del Liceo Barros Borgoño, donde yo estudié, o las Putas de Babilonia del Lastarria.

Y en política, ¿cómo ves el panorama a semanas de las elecciones?     Convulso, esquizoide, se me confunden los programas presidenciales, se parecen, se mimetizan en la misma desesperación. No sé si iré a votar. Y si voy, lo haré por la izquierda como siempre. Sólo que no sé si mi izquierda estará en el voto.

¿Algo que agregar?     Chapalapachala…blue.

Murió Álvaro Mutis, estratega de la palabra

Alvaro MutisDice Óscar Hahn: “Ha muerto Álvaro Mutis (foto). Ha muerto el estratega de la palabra. Escribió la crónica regia y la bitácora de este reino y del otro. Maqroll lo ve perderse en el horizonte. Ha muerto Alvaro Mutis de un bel morir”.

Dice Kienyke: “Álvaro Mutis ayudó a Gabriel García Márquez a trabajar en El Espectador a mediados de 1954. Era una especie de relacionista público que lo llevaba a los mejores restaurantes de Bogotá para que conociera los nuevos escritores, al mundo cultural que bullía y cuyo epicentro eran los cafés de la Avenida Jiménez”.

Dice Gabriel García Márquez: “Lo que más aprecié desde siempre es su generosidad de maestro de escuela, con una vocación feroz que nunca pudo ejercer por el maldito vicio del billar. Ningún escritor que yo conozca se ocupa tanto como él de los otros, y en especial de los más jóvenes. Los instiga a la poesía contra la voluntad de sus padres, los pervierte con libros secretos, los hipnotiza con su labia florida y los echa a rodar por el mundo, convencidos de que es posible ser poeta sin morir en el intento. Nadie se ha beneficiado más que yo de esa escasa virtud. Ya conté alguna vez que fue Álvaro quien me llevó mi primer ejemplar de Pedro Páramo y me dijo: ‘Ahí tiene, para que aprenda’».

Dice Mario Benedetti: “Si nos limitamos a sus libros de poesía, no sabremos muy bien cuándo el Gaviero se va y adónde va, cuándo vuelve y de dónde vuelve, si muere una vez o varias veces. En ocasiones tenemos la impresión de que el Gaviero fuera varios gavieros, distintos rostros de un mismo Álvaro Mutis. Quizá por eso el volumen que reúne su poesía escrita entre 1948 y 1988 se titule Summa de Magroll el Gaviero, ya que no es sólo una recopilación de poemas, sino también una suma de todos los gavieros que en su mundo han sido”.

Dice Juan Gelman: “Su obra poética es admirable y su prosa tiene un brillo pocas veces encontrado. Aunque no fuimos amigos sino conocidos, su muerte para mí es realmente un golpazo. Estoy muy dolido. Él era como un hijo escéptico, resignado; y en un poema dice: “Que te coja la muerte / con todos tus sueños intactos”, y yo creo que así fue en su caso. Hay un dato, quizás no muy conocido, que fue periodista y que puso la voz a Eliot Ness en la serie de televisión Los intocables.

Dice Piedad Bonnett: “Creó un mundo poético muy particular que no tiene equivalente. Eso es lo que nos otorgó. Un mundo que tiene su centro en el trópico, un lugar de exuberancia vital pero también de deterioro y muerte. Y creó a Maqroll el Gaviero, que encarna las visicitudes humanas. Su mundo está entre la narración y la lírica, con un verso muy amplio, podríamos decir barroco, que precisamente se corresponde con la exuberancia del trópico”.

Dice Juan Manuel Roca: “El aporte mayor a las letras continentales e hispanoamericanas tiene que ver más con su poesía, donde logra unos acentos nuevos y le da una vuelta de tuerca a cierta retórica desgastada de la poesía colombiana y continental. Allí fundamenta todo lo que desplaza a la narrativa, una mezcla entre el contar y el cantar”.

Dice Francisco Ferrer Lenín: “Oigo ‘Álvaro Mutis’ y veo la obra selvática del aduanero Rousseau. Quizá esta sea la más perfecta de las sinestesias que me acorralan”.

Dice Alberto Ruy Sánchez. “Justo cuando el periodismo marca mayoritariamente a la novela, la voz narrativa de Álvaro Mutis, proveniente de la poesía y alejada de todo periodismo, se impuso como escritura vital, a la vez cuidada como composición pero abierta a lo imprevisto. Maqroll es más que un personaje, es una actitud en la vida, una manera de estar en el mundo”.

Dice Javier Reverte: “Es uno de esos raros escritores en los que uno no distingue muy bien la línea en dónde termina la prosa y nace la poesía, o el revés. Supo escribir como muy pocos sobre el dolor y la soledad. Y su saga de Maqroll el Gaviero es un verdadero monumento en la literatura latinoamericana contemporánea”.

Dice Juan Manuel Caballero Bonald: “La palabra Ultramar transita por la poesía de Mutis como por un territorio legendario y le otorga un peculiar sentido universal. Todo lo que ocurre en esta poesía depende de la adjetivación, de una adjetivación desusada, magnánima, que le da a los objetos una significación hiperreal. La órbita de la naturaleza colombiana, entre los grandes ríos y la inmensa cordillera, sirve –tácita o expresamente– de escenario, de telón de fondo de esa alegoría de la aventura perpetua que se aloja en la poesía de Mutis”.

Dice Héctor Abad Faciolince: “Hasta después de los 60 años Mutis estuvo dedicado a «oficios tiránicos» como los llamó García Márquez. Cuando se jubiló fue como si saliera de la cárcel y liberó su prosa: ocho novelas en 10 años. Su poesía la había escrito despacio y casi siempre en aeropuertos, mientras le daba la vuelta al mundo. Ganó los premios más importantes de nuestra lengua concedidos por jurados que se deslumbraron por su prosa majestuosa y por las aventuras de Maqroll. Aunque él sostenía que toda obra está condenada al olvido, yo apostaría a que dentro de un siglo se leerán más sus versos que su narrativa. Aun así creo que el Diario de Lecumberri, donde cuenta su experiencia de más de un año en la cárcel, es su libro más intenso, auténtico y conmovedor”.

Dice José Ramón Ripoll: “La poesía, como toda la obra de Mutis, es en sí misma una transgresión idiomática y vital, en cuanto crea un mundo que funciona según otras leyes de la naturaleza y no se conforma con retratar, ni siquiera transformar la realidad que le rodea. De ahí que las opiniones del poeta nos parezcan a veces extemporáneas y desentonadas. Para él, la palabra funda e inicia “la danza de una fértil miseria”, que es la única vida posible: germen generativo, pero mísero y resbaladizo, que nos aprieta y libera al mismo tiempo”.

Dice Pilar Reyes Forero: “Álvaro Mutis solía decir que todo cuanto había escrito estaba destinado a celebrar y perpetuar a Coello, un punto de la geografía colombiana donde se encontraba la finca cafetera de su familia, en la que pasó los días felices de su infancia. Mutis fue un poeta mayor. Desde sus primeros poemas en los que evoca ese universo de naturaleza desbordante («al amanecer crece el río, retumban en el alba los enormes troncos que vienen del páramo«), hasta sus últimos versos, escritos al comenzar el siglo, («pienso a veces que ha llegado la hora de callar«), su obra se cimenta sobre poderosas imágenes, en las que la lengua castellana crece con el paisaje que intenta describir”.

Dicen, tres poemas de Álvaro Mutis:

Giran, giran…     Giran, giran, / los halcones / y en el vasto cielo / al aire de sus alas dan altura. / Alzas el rostro, / sigues su vuelo / y en tu cuello / nace un azul delta sin salida. / ¡Ay, lejana! / Ausente siempre. / Gira, halcón, gira; / lo que dure tu vuelo / durará este sueño en otra vida.

El deseo     Hay que inventar una nueva soledad para el deseo. Una vasta soledad de delgadas orillas / en donde se extienda a sus anchas el ronco sonido del deseo. Abramos de nuevo todas las / venas del placer. Que salten los altos surtidores no importa hacia dónde. / Nada se ha hecho aún. Cuando teníamos algo andado, alguien se detuvo en el camino para ordenar sus vestiduras y todos se detuvieron tras él. Sigamos la marcha. Hay cauces / secos / en donde pueden viajar aún aguas magníficas. / Recordad las bestias de que hablábamos. Ellas pueden ayudarnos antes de que sea tarde / y torne la charanga a enturbiar el cielo con su música estridente.

Sonata     Otra vez el tiempo te ha traído / al cerco de mis sueños funerales. / Tu piel, cierta humedad salina, / tus ojos asombrados de otros días, / con tu voz han venido, con tu pelo. / El tiempo, muchacha, que trabaja / como loba que entierra a sus cachorros / como óxido en las armas de caza, / como alga en la quilla del navío, / como lengua que lame la sal de los dormidos, / como el aire que sube de las minas, / cono tren en la noche de las páramos. / De su opaco trabajo nos nutrimos / como pan de cristiano o rancia carne / que enjuta la fiebre de los ghettos / a la sombra del tiempo, amiga mía, / un agua mansa de acequia me devuelve / lo que guardo de ti para ayudarme / a llegar hasta el fin de cada día.