Archi. La Asociación de Radiodifusores de Chile (Archi, logo, los grupos económicos dueños de las emisoras) puso al aire un mensaje radial en el que alguien solicita un artículo y el vendedor le quiere vender otro. La mujer insiste en lo suyo y el vendedor también. Interrumpe el locutor para decir que así es la ley que pone un piso porcentual obligatorio para transmitir música chilena. Y, como si fuera un orgullo, dice que esa campaña es de Archi. Queda uno con un sentimiento indefinido, y este es el propósito del ‘comercial’: sembrar la duda, apelar a una falsa ‘libertad’ y defender la exclusión de la música chilena en las emisoras del país. Desinforma. Tácitamente, sugiere que la música chilena son solo cuecas, cosas aburridas. Y no es así. Hay boleros, cuecas, rancheras, pop, rock, baladas, etcétera, de factura chilena. Y de buena calidad. Hasta música docta, tenemos. Y coral, también. Pero el ‘comercial’ de Archi dice que poner música chilena debe ser una decisión “libre”, y no una “imposición”. Sin embargo, ¿cuándo las emisoras promueven, “libremente”, la música chilena? No lo han hecho, no lo hacen, y no lo harán. Archi es la que censura la música nacional. A menos que haya una ley que obligue un piso porcentual, en este caso del 20%, de la programación musical de cada emisora, con producción nacional. Ley que apoyamos, sin dudas.
–Vasco Moulian. Comenzó en el 2012 siendo un tipo chabacano que uno no se explicaba por qué estaba animando el programa, a menos que se tratara de, una vez más, un apitutado (apadrinado) por un ejecutivo del canal por cable Zona Latina. Sobreactuado, quería ser gracioso y agradar a Dios y al diablo. La escenografía usada, una mesa con apariencia de caja de chocolates, ya había sido usada por Julio César Rodríguez y Tati Pena, los presentadores que antecedieron a Vasco en el programa llamado ‘Sin Dios ni late’. Un nombre, por cierto, que juega con los sonidos, pero que es un disparate en su traducción, o en su sentido real. El programa, y particularmente, Vasco Moulian (foto), ha mejorado una enormidad. Tanto en su atuendo como en sus modales. Le falta mucho para ser un presentador de verdad, claro está. Debe dejar esa ansiedad sin norte, ese afán de ser gracioso, esa desagradable manía de interrumpir a los invitados, esa morbosidad cuando invita mujeres al programa, ese tono de voz de orate. Y esa rupestre combinación de traje con corbata de nudo suelto, y zapatillas de hacer deportes. Pero ha mejorado enormemente, debo reconocerlo. También la escenografía cambió, y se agradece. Es más vistosa, procurando una originalidad que, por estos días, es escasa en la televisión.