En el 2002 Miguel Arteche (foto) comenzó a padecer de una mala irrigación sanguínea en su cerebro de poeta. Ese año publicó su último poemario, Jardín de relojes. Aunque poeta, en su obra también hay ensayos y novelas: La otra orilla, El Cristo hueco y La disparatada vida de Félix Palissa. Y se habla de una cuarta novela inédita, El alfil negro. En 1963 ingresó a la Academia Chilena de la Lengua, tras el fallecimiento del narrador Eduardo Barrios, quien había recibido el Premio Nacional de Literatura en 1946. Miguel Arteche también obtuvo después este importante Premio Nacional de Literatura, en 1996, cuando ya había legalizado el uso de su apellido materno Arteche, en lugar del paterno, Salinas, en 1972. De Arteche se reseñan tres, al menos, polémicas artísticas. Una, cuando se negó a firmar el acta del Premio Nacional de Literatura para Raúl Zurita, en el 2000, por considerarlo “sin oficio de poeta”; dos, cuando controvirtió lo que consideró la fórmula de la llamada antipoesía, del poeta Nicanor Parra, Premio Nacional de Literatura en 1969; y, tres, cuando tachó de “político” el Premio Nacional de Literatura otorgado a Volodia Teitelboim en el 2002.
A continuación, cuatro poemas suyos, al azar, de distintas épocas; los dos últimos escritos en la, hoy día, poco común y exigente métrica del soneto.
Última primavera
La luz bajaba desde la colina.
El sonido de un tren, un paso que he perdido.
Juventud, herida de otro tiempo,
te alejas soñolienta
como una verde lámpara sepultada en la noche…
Algo silencioso
estaba junto a mí. La lluvia
penetraba los techos perfumados.
Juventud, perdiste tu campana antigua,
tu yelmo mágico,
tu vara transparente.
Ésta es mi habitación. Ésta tu llama.
Éste el vestido. Ésta tu cintura.
“Tu nombre”, dijiste, “se ha perdido en la sombra.
Búscalo más allá, detrás de las colinas”.
Era yo el que cantaba.
Nadie ha de saciar nuestro encuentro perdido.
Me perdí en el bosque. Partiste a los canales.
La luz bajaba desde la colina.
Gallo
El gallo de las cinco o de las seis,
plumas de trueno sobre el alba mueve.
Sábanas pisa de la sucia nieve
sus dedos tres.
El gallo que en su daga fosforece
salta a la sangre del jardín, y llama.
Pero nadie lo ve.
Y sobre el muslo de la almohada crece,
y desde la cama
desaparece
hundido en las tinieblas de la sed.
La bicicleta
En rueda está el silencio detenido,
y en freno congelado la distancia.
Qué lejano está el pie, cómo se ha ido
la infancia del pedal sobre la infancia.
El reino del volante sometido
se borra con la sed que hay en la llanta.
La mano que no está tiene un sonido
de tanta ausencia y cercanía tanta.
Cuán remota la edad que en ti palpita
con las velocidades de tu cita,
y qué rápida estás con ser tan quieta,
tan inmóvil pedal dormido ahora
por la lluvia de ayer que te evapora
tu perdida niñez de bicicleta.
Dama
Esta dama sincara ni camisa,
alta de cuello, suave de cintura,
tiene todo el temblor de la hermosura
que el tiempo oculta y el amor desliza.
Esta dama que viene de la brisa
y el rango lleva de su propia altura,
tiene ese no sé qué de la ternura
de una dama sin fin, bella y precisa.
Aunque esta dama nunca duerma en cama
parece dama sin que sea dama
y domina desnuda el mundo entero.
Esta dama perdona y no perdona.
Y para eso luce una corona
esta dama que reina en el tablero.
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