Archivo diario: 5 noviembre, 2009

Ganadores en Cuento de Microficción para niñ@s

franciscogarzóncespedesRevisando el correo-e encontré el fallo del Concurso Internacional de Microficción para Niñas y Niños “Garzón Céspedes” 2009 del cuento, la poesía y el monólogo teatral hiperbreves.

Hiperbreves son todos los textos, y el particular estilo de Francisco Garzón Céspedes (foto), un cubano avecindado en España, donde ha hecho prolífica carrera, tutor de estas iniciativas literarias. Los premios los otorga la Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral y Escénica, CIINOE.

Los interesados en Poesía y en Monólogo Teatral, pueden, por favor, buscar en los enlaces que he puesto, gracias. Tengo los textos ganadores, en Cuento, del Premio Internacional de Cuento Hiperbreve para Niñas y Niños “Garzón Céspedes” 2009.

Mónica Rodríguez Jiménez (España, Madrid), con el cuento “El lagarto asoleado”: La curiosa lombriz de tierra, después de días de observación, preguntó al lagarto, lagartito, lagartijito, si no se cansaba nunca de tostarse al sol, aconsejándole que fuese precavido pues hacía calor y podía quedarse frito, fritito, frititijito. El lagarto, sonriente, respondió que no se preocupase por él. Estaba muy a gustito tostándose al sol y así lo querría más su lagarta, lagartita, lagartijita. Crujiente, crujientito, crujientijito.

Santiago Sevilla Vallejo (España, Madrid), con el cuento “Una bailarina”: Alzó los brazos lentamente, penetrando con la mirada. Giró sobre sí con sonrisa de niña. Dio unas zancadas, hizo una elegante corza y, con los ojos de una leona, saludó exhibiendo sus extendidas piernas. Nadie observaba.

Renzo Franco Carnevale (Venezuela/Canadá), con el cuento “La franja de la cebra”: Cual simple milagro, la cebra se postró sobre el gran espacio de flores amarillas, y la punta de una de sus franjas negras quedó muy junto a la cabeza de un reptil oscuro. Pudo la serpiente olerla entonces. Pudo darse cuenta de la gran presencia de la franja que vivía en el cuerpo del mamífero. En ese mismo instante comenzó a amarla, como si ella misma hubiese sido una franja que se le hubiese escapado a otro indómito animal de la selva. Cebra y serpiente quedaron viéndose, igual que en una postal, entre encendidos lirios y sorprendidas mariposas.

Fátima Fernández Méndez (España, Asturias), con el cuento “Mantecado de cumpleaños”: En una cocina, envuelta en confortable calor y un espeso aroma a mantecado horneado, una figurita de chocolate, muy coqueta, se esmera en peinarse a la última moda. Un rayito de luz que le ilumina el rostro descubre su deseo de que los labios de un niño puedan saborear el encanto de lo soñado. “¿De quién serán?”, se pregunta emocionada, ella. Falta muy, muy poquito para que se deshaga el hechizo, y su cuerpo de chocolate se convierta en el de una bella princesa que conserve en su mejilla el sabor del beso de un niño.

Salomé Guadalupe Ingelmo (España, Madrid), con el cuento “El niño y la tortuga”: La tortuga es tan vieja como el universo. Ha visto y oído todo. Sabe cuanto se puede saber. Por eso no tiene nunca prisa, no corre enloquecida de un lugar para otro. Ha comprobado ya que todo seguirá en el mismo lugar al día siguiente, y al otro y al otro. Sabe que lo que se marcha inesperadamente sin siquiera despedirse, no es lo suficientemente importante como para que merezca la pena perseguirlo. Tan lentamente se mueve que la Tierra la confunde con una piedra: entre sus escamas crece el musgo y los líquenes cuelgan de su cuello. Todo el tiempo es suyo. Tiene todo el tiempo para contar, para explicarle al niño su mundo, para narrar cómo éste fue creado. Cómo nacieron las nubes y los ríos, y por qué el sol cuelga del cielo sin caerse. Cuando el niño hace una pregunta, la vieja tortuga abre la boca y de ella salen mares y cielos y conchas y gaviotas voladoras. No hay una sola pregunta que quede sin respuesta. Y mientas el niño pregunta y la tortuga contesta, va surgiendo el mundo y se puebla la muda nada de pájaros, mariposas y cometas.

Fátima Martínez Cortijo (España, Madrid), con el cuento “El mejor juego”: Acercó la silla hasta el armario, le costó abrir la puerta superior. ¡Era una misión muy arriesgada! Las bisagras crujían, se chivaban. Pero tenía que ser valiente. Sabía que la consola estaba ahí, que su padre la había guardado, que era el castigo por sus notas regulares; pero total, por un ratito, nadie se iba a enterar. La vio, ¡esa funda guardaba su tesoro! Alargó la mano… De pronto se congeló, como una estatua de hielo. Había oído un ruido en el baño. Papá tardaba siempre bastante, pero ¿y si esa tarde…? Escuchó conteniendo la respiración: hablaba por el móvil, se reía. ¡Eso significaba que era algún amigo: estaría un rato de charla! Continuó extendiendo el brazo, la alcanzaba ya con la punta de los dedos, un poco más, acercó el hombro hacia el armario. No respiraba, pero sacaba la lengua entre los labios, y eso ayudaba… ¡Al fin! Bajó, colocó la silla en su sitio. Perfecto. Se refugió en su habitación sentado en el suelo, la espalda contra la puerta, para sujetarla. Pero… ¡no estaba la consola! Había una libreta, un lápiz y una notita: Trabaja para mejorar. Papá y mamá.

Julia San Miguel Martos (España, Madrid), con el cuento “Una tortuga en el jardín”: La tortuga vivía sola en el jardín. Lo que más le gustaba era zambullirse en su piscina y flotar en ella como un barco a la deriva. Hacerse pasar por un cocodrilo, pasear por el jardín y pisar las hojas secas de las buganvillas y oírlas chisporrotear bajo sus patas. Una tarde se encontró a dos ranas bañándose en su piscina. Pero las ranas se pasaban el día croando sin parar y apenas miraban a la tortuga. La tortuga dejó entonces de bañarse tan a menudo, y prefirió dar largos paseos por el jardín. Una mañana encontró una pareja de pájaros picoteando las manzanas del suelo. Pero los pájaros buscaban las mejores manzanas para comer, y apenas miraban a la tortuga. La tortuga, entonces, se cobijó entre las hojas húmedas de la hiedra. Uno de esos días llegaron varios caracoles, pero pronto se encerraron en sus conchas a esperar que cayeran las primeras gotas de lluvia, y a la tortuga ni la miraron siquiera. La tortuga se sintió muy triste y muy sola. Ni pisar las hojas secas de las buganvillas la hacía feliz. Y aprovechando el descuido del jardinero, con sus recuerdos a cuestas se marchó del jardín.